por Bill Tiepelman
La marea de la reina del trueno
En una época en la que las tormentas no tenían nombre y los océanos no conocían límites, existía la historia de Thalassa, la Reina del Trueno, una diosa entre las olas, temida y venerada por los marineros y nómadas que vagaban por las aguas infinitas. Se decía que cuando las mareas rugían y los relámpagos atravesaban el cielo, era Thalassa quien comandaba la tormenta, su voz se fundía con el trueno en una sinfonía inquietante que solo los valientes o los tontos se atrevían a escuchar. Su leyenda se susurraba de isla en isla, se transmitía a lo largo de las costas por los narradores que juraban que, en ciertas noches, todavía se podía oír su llamado desde dentro de las olas. Hace mucho tiempo, cuando la tierra era más joven y el mar más feroz, había un hombre llamado Ícaro. No era un héroe ni un villano, solo un hombre que soportaba demasiado dolor. Ícaro había perdido a su amada esposa a causa de una enfermedad tan misteriosa y devastadora como el mar mismo. Para escapar del peso de su ausencia, se subió a su pequeño bote y desapareció en aguas abiertas durante días seguidos, con la esperanza de que el vacío que lo rodeaba consumiera el vacío interior. Una noche, en medio de una tormenta más poderosa que cualquier otra que hubiera presenciado jamás, se encontró a merced de las olas. Los truenos resonaron tan fuerte que le sacudieron los huesos, y los relámpagos fracturaron el cielo, iluminando una visión tan surrealista que pensó que debía ser una alucinación. Allí, surgiendo del océano, había una ola colosal con la forma del rostro de una mujer, con la boca abierta como si cantara, sus rasgos tan delicados y feroces como las aguas que la esculpían. Ícaro supo de inmediato quién era: la Reina del Trueno, una diosa de los cuentos antiguos, forjada a partir del alma misma del océano. —¿Por qué deambulas por estas aguas, mortal? —retumbó su voz, sonando como un trueno distante y el suave zumbido de la marea, todo a la vez. —Porque estoy hueco —respondió Ícaro, firme, como si hablar con una diosa no fuera más inusual que hablar consigo mismo. —Entonces deja que el mar te llene —respondió Thalassa, con el rostro torcido por una sonrisa que era a la vez amenazadora y amable—. Te da sin fin, y también te quita. Si estás vacío, es porque has olvidado el equilibrio. La ola se acercaba cada vez más, elevándose sobre él, y se preparó, seguro de que lo tragaría por completo. Pero en lugar de eso, su voz se suavizó y él se sintió atraído por su melodía. Ella estaba cantando, no palabras, sino una melodía inquietante que reverberaba en él, entrelazada con su dolor, sus recuerdos y algo más: esperanza, como el más tenue destello de luz en las profundidades. —Lo he perdido todo —susurró—. El mar ya se ha llevado lo que me importaba. —Hablas como si la pérdida fuera el final de tu historia —respondió ella—. Pero la marea siempre vuelve, ¿no es así? Lo que pierdes de una forma, lo ofreces de otra. ¿Estás tan seguro de que la profundidad de tu dolor es todo lo que queda? Por primera vez, Ícaro sintió que algo se movía en su interior, como si una barrera dentro de su corazón se hubiera roto. Recordó la risa de su esposa, la forma en que bailaba bajo las tormentas, valiente y libre. Recordó su voz, cantando suavemente mientras navegaban juntos bajo un cielo estrellado. Y en ese momento, la canción de la Reina del Trueno se mezcló con la de su esposa, creando una armonía que parecía resonar desde los cielos. La tormenta empezó a calmarse y las olas se asentaron a su alrededor. El rostro de la Reina del Trueno se fue apagando y se fue hundiendo en las profundidades, pero su voz permaneció en su mente como un silencioso recordatorio de que no estaba solo. Ella le había dado algo: una opción, una invitación a ver su dolor no como un final, sino como un pasaje hacia algo más grande. La tormenta había pasado, pero él seguía allí, flotando en silencio, sintiendo la atracción de algo en lo más profundo de su ser: un propósito, un llamado a regresar al mundo, a aceptar tanto las mareas de alegría como las de tristeza que la vida le ofrecería. Y mientras remaba de regreso a la orilla, la oyó susurrar, un mensaje final entretejido en el sonido de las olas que se retiraban: “Recuerda, mortal: yo no soy la tormenta. Soy lo que viene después. Soy la canción que perdura”. A partir de esa noche, Ícaro fue un hombre distinto. Regresó a su aldea y, aunque habló poco de su viaje, quienes lo vieron notaron una ligereza, una resistencia, como si llevara la fuerza del océano dentro de él. Y en las noches en que la marea estaba alta y las tormentas eran feroces, se quedaba de pie junto a la orilla, con la cabeza inclinada hacia las olas, escuchando la canción de la Reina del Trueno, agradecido por su regalo. Ahora sabía que amar, perder y lamentar eran parte de un ciclo tan infinito como el océano. Y en las corrientes profundas y poderosas de ese ciclo, había encontrado su camino hacia adelante. Sumérgete en la mística de la Reina del Trueno Si la leyenda de Thalassa, la Reina del Trueno, te ha llamado la atención, lleva su presencia atemporal a tu espacio con obras de arte que capturan la esencia de su espíritu y el poder del mar. Cada pieza te invita a sentir la reverencia y el asombro de su reino tormentoso. 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