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Cuentos capturados

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The Secret Life of a Dandelion

por Bill Tiepelman

La vida secreta de un diente de león

En un rincón olvidado de una cocina soleada, donde las viejas tablas de madera crujían como el suspiro del recuerdo, había un vaso de agua con una sola semilla de diente de león en equilibrio en su interior. Sus frágiles filamentos blancos brillaban tenuemente en la luz de la tarde: una corona de deseos a la espera del viento o de la maravilla. Pero frente a él, colgado ligeramente torcido en la pared, había un espejo. No un espejo cualquiera, sino una de esas reliquias silenciosas con marco plateado de otra época, de esas que se sentían más pesadas que su reflejo, como si recordaran cada mirada que alguna vez lo había cruzado. Y en este espejo, el diente de león ya no era una cosa frágil aferrada al poco tiempo que le quedaba. No: en el mundo del espejo, el diente de león se alzaba en plena floración, feroz y dorado. Un sol salvaje capturado en pétalos. Audaz donde antes era delicado. Vivo donde parecía marchitarse. Siempre había sido así. Verás, los espejos —los verdaderos— no solo te muestran lo que eres. Te muestran lo que una vez soñaste ser. Lo que en secreto aún crees que podrías llegar a ser. Muestran la vida oculta que vibra en las cosas silenciosas. Día tras día, la pequeña cabeza de semilla permanecía allí, recordando a medias cómo antaño, hace mucho tiempo, también había sido dorada. Cuando se regodeaba en los campos sin segar, erguida contra la brisa, sin complejos en su brillo. Pero el tiempo, como le sucede a todo, la había ablandado. La había vuelto cautelosa. Frágil. Lista para soltar antes que para volver a alcanzarla. Pero este reflejo —esta imposible versión dorada de sí misma— había empezado a susurrar. No con palabras. No, los dientes de león lo saben mejor. Con sentimiento. Con silenciosa esperanza. Con el dolor inquieto de sueños postergados pero jamás olvidados. Y una noche, mucho después de que la casa se hubiera quedado en silencio, sucedió algo extraordinario... La noche del giro La casa dormía. Incluso el reloj de pared había acallado su tictac, como si el tiempo mismo contuviera la respiración. La luna colgaba baja, derramando plata sobre la mesa de madera donde se alzaba el diente de león, quieto, frágil e increíblemente consciente de su propia pequeñez. Pero el espejo había estado esperando esta noche. Algunos dicen que los espejos pierden su magia con la edad. Dicen que los reflejos se endurecen hasta convertirse en verdad y no dejan espacio para los sueños. Pero esas personas nunca se han quedado quietas lo suficiente —ni el tiempo suficiente— para escuchar lo que los espejos susurran en la oscuridad. «Recuerda», murmuró el espejo. No en voz alta, sino como una cálida presión justo detrás de los huesos del pecho. «Recuerda cómo se sentía... estar lleno de sol». El diente de león se estremeció. No por el viento, que no había. Sino por algo más profundo. Un dolor. Un pulso de mucho antes de que supiera cómo soltarse. La cabeza de la semilla temblaba en su delgado tallo, frágil por la espera, por sobrevivir. "Nunca debiste quedarte pequeño", susurró el espejo. "Nunca debiste desvanecerte en silencio". Era una idea ridícula. El mundo le había dicho al diente de león durante semanas —durante temporadas— que su tiempo había terminado. Que su belleza había pasado. Que su mejor oportunidad era dispersarse con el viento y esperar empezar de nuevo en otro lugar. Pero no esta noche. La floración dentro del silencio Lentamente, de forma imposible, los frágiles hilos de la cabeza de la semilla comenzaron a brillar; no con la luz de la luna, sino con algo más antiguo. Algo recordado. La esperanza no es ruidosa. No es el redoble de la certeza ni el resplandor de una victoria garantizada. La esperanza es más silenciosa que el aliento. Es más pequeña que una semilla. Es el dolor del «tal vez» en el pecho cuando el mundo ha dicho «no» durante tanto tiempo que casi lo crees. Y el diente de león —el pequeño, olvidado y casi desaparecido diente de león— empezó a recuperarse desde adentro. No fue una transformación forzada por la magia ni por ilusiones. No, este fue el cambio más auténtico. El que crece en la oscuridad. El que empieza con la fe. Pétalo a pétalo, color a color, el reflejo ya no se limitaba al espejo. La flor dorada brotaba de su interior. No de golpe. No de forma perfecta. Pero sí con constancia. No se trataba de ser lo que había sido. Se trataba de convertirse en lo que aún podía ser. Afuera, el viento soplaba —suave, curioso— rozando la vieja casa de madera como un viejo amigo. Y cuando amaneció, derramando oro sobre el suelo, allí estaba el diente de león... ya no era solo una cabeza de semilla. Allí estaba, quieto pero feroz, coronado de oro una vez más. No porque lo hubieran forzado. No porque alguien lo hubiera salvado. Sino porque recordaba que los sueños, como las semillas, esperan la más mínima grieta de fe para florecer de nuevo. El secreto del espejo ¿Y el espejo? Ah, el espejo simplemente le sonrió. Al fin y al cabo, eso era lo que le había estado diciendo al diente de león desde el principio. No todas las reflexiones son recordatorios de lo que hemos perdido. Algunas reflexiones son invitaciones a ser. Epílogo: Para los que esperan en silencio En algún lugar, quizá en una cocina como la tuya o en el alféizar de una ventana que ya nadie mira, otro diente de león espera. Espera con todas sus partes frágiles: semillas que quieren soltarse, raíces que no recuerdan cómo quedarse, un corazón cansado de que le digan que es demasiado tarde. Pero el espejo sigue ahí. En algún lugar. En todas partes. Esperando. Susurrando. No todas las flores son para los campos silvestres. No todas las coronas doradas se alzan bajo el sol. Algunas son para lugares tranquilos. Para corazones serenos. Para quienes han olvidado lo brillantes que alguna vez brillaron. Si te encuentras mirándote a ti mismo reflejado —en el cristal, en el agua o en el recuerdo— y lo único que ves es lo que el tiempo te ha quitado… Espera un poco más. Todavía hay una flor dentro de ti. Y algunas mañanas, cuando el mundo contiene la respiración, hasta el sueño más pequeño se atreve a resurgir. Lleva la historia a casa Toda historia merece un lugar donde vivir, incluso las más tranquilas. La Vida Secreta de un Diente de León es más que una simple imagen. Es un recordatorio de lo que nos aguarda a todos en nuestro interior: paciencia, resiliencia y la valentía serena de los sueños aún no expresados. Puedes traer esta historia a tu mundo cotidiano: como arte, como regalo, como un suave empujón hacia la esperanza. Impresiones en madera : rústicas y atemporales, perfectas para rincones tranquilos y espacios reflexivos. Impresiones en metal : reflejos modernos que captan la luz, como la historia misma. Bolsos de mano : Lleva tus sueños. O tus libros. O tus pensamientos tranquilos para el camino. Tarjetas de felicitación : comparte esperanza con alguien que más la necesita. Cuadernos en espiral : porque las historias (especialmente las tuyas) merecen ser escritas. Explora la colección completa en shop.unfocussed.com . Deja que tu espacio -o tu regalo- sea parte de la historia.

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Tiny Whispers in a Dandelion Field

por Bill Tiepelman

Pequeños susurros en un campo de dientes de león

En un prado bañado por el sol donde danzaban los dientes de león, la gobernante más pequeña que jamás hayas conocido descansaba contra una flor que la doblaba en tamaño. Su nombre era Tully y no era una hada común y corriente. No, Tully tenía descaro, una especie de actitud de “te pateo el tobillo si me molestas”, envuelta en encaje y extravagancia de bosque. Su cabello, plateado y brillante como hilos de luz de luna, caía por su espalda, y sobre su cabeza había un sombrero verde tejido, adornado con flores silvestres y torpes mariquitas que nunca entendieron del todo el concepto de espacio personal. —¡Oye , Frank! —le gritó Tully a una mariquita particularmente persistente que intentaba meterse en su oído—. Tienes todo el maldito prado. ¿Por qué siempre soy yo ? La mariquita, por supuesto, no dijo nada (porque es un insecto), pero se detuvo el tiempo suficiente para que Tully la golpeara suavemente con un dedo delgado. Cayó sobre una flor de diente de león que había más abajo, donde aterrizó con un resoplido de indignación, o eso imaginó Tully. Sonrió y se estiró, apoyándose en un codo. —Salud, reina Tully —dijo, sin dirigirse a nadie en particular—. Gobernante de los dientes de león, maestra del descaro y fastidiosa de todas las cosas pequeñas. El negocio de la fantasía El prado de Tully no era un césped común y corriente: estaba lleno de secretos. Los dientes de león susurraban al viento y llevaban chismes de raíz a raíz, mientras que las hojas del trébol planeaban derrocar a las flores más altas. “Las margaritas se están volviendo arrogantes”, dijo Tully una tarde a un manojo de hierba. “Vi a una girar la cabeza para seguir al sol como si fuera la dueña del lugar. Malditas fanfarronas”. La hierba, por supuesto, no opinaba, pero se ondulaba con risas impulsadas por el viento. La vida como hada de la pradera no era todo sol y mariquitas. Había espinas que evitar, abejas que se volvían demasiado amistosas y, de vez en cuando, algún humano gigante que pisoteaba el lugar como si fuera el dueño de la propiedad. Tully despreciaba a los humanos. Bueno... a la mayoría de los humanos. Había una mujer que la visitaba a veces: una mujer con las manos manchadas de pintura y un cuaderno lleno de garabatos. Se sentaba en el borde del prado, soñando despierta, tarareando suavemente para sí misma. Tully la observaba desde la seguridad de un tallo de diente de león, con los brazos cruzados, masticando una brizna de hierba. —Supongo que está bien —murmuró Tully un día, con las mejillas ligeramente sonrosadas—. Para ser una gigante. Las mariquitas sabían que no debían hacer comentarios. El problema con los deseos Una tarde particularmente ventosa, Tully estaba organizando su pasatiempo favorito: el sabotaje de deseos con dientes de león. Los humanos soplaban bocanadas de dientes de león, pensando que sus deseos flotaban hasta las estrellas. Tully, siendo la traviesa duende que era, interceptó la mayoría de esos deseos para el control de calidad . —¿Qué tenemos hoy? —dijo, cogiendo una semilla perdida en el aire. Se la apretó a la oreja como si estuviera escuchando—. ¿ Un poni? Por el amor de Dios. Eso no es original. Soltó la semilla con un suspiro. “Rechazada”. Otra semilla pasó flotando y ella la atrapó hábilmente. Esta vez escuchó: “Deseo amor verdadero”. —Uf . Los humanos somos tan predecibles —gruñó—. ¿Por qué no pedir algo genial? ¿Como un dragón como mascota o queso sin fin? Aun así, Tully se guardó la semilla en el sombrero. —Está bien. Esta sí que la aprueban. No soy una despiadada. El intruso Justo cuando se estaba preparando para pedir más deseos, una sombra pasó por encima de ella. Tully se quedó paralizada. Las sombras eran malas noticias en un prado de hadas. Las sombras significaban gigantes. Y este gigante estaba pisando fuerte por su campo, los dientes de león crujiendo bajo sus pies como ramitas. —¡Vamos! —Tully se levantó de golpe, con los puños en las caderas, y le gritó al intruso que no se había dado cuenta—. ¿TIENES IDEA DE CUÁNTO TIEMPO SE TARDA EN QUE CREZCAN ESOS? Por supuesto, la humana no podía oírla: estaba demasiado ocupada arrancando flores. Tully entrecerró sus ojos esmeralda, agarró su fiel bastón de madera y se dirigió directamente hacia la bota de la humana. —¡Eh, alto! —gritó—. ¡DEJA DE TIRARME LAS FLORES! Por supuesto, el humano seguía sin oír nada, pero en un momento de perfecta ironía, la mujer cayó de rodillas y sus ojos escudriñaron los dientes de león como si estuviera buscando algo. Tully se quedó paralizada. La mirada del humano se posó peligrosamente cerca de ella. Por un segundo, Tully pensó que la habían visto. —No me ves. No me ves —susurró como un canto. La mirada del humano se desvió hacia ella y Tully exhaló aliviada, dejándose caer hacia atrás sobre una flor de diente de león. Las semillas explotaron a su alrededor en una ráfaga, atrapando la luz en pequeñas estrellas flotantes. Tully sonrió, sosteniendo una sola semilla. " La reina en reposo Mientras el sol se ponía y el prado se tornaba dorado, Tully se reclinó sobre su diente de león favorito, con el sombrero calado hasta los ojos. Las mariquitas trepaban a su alrededor como súbditos devotos y los dientes de león tarareaban suaves canciones de cuna con la brisa. —Es muy difícil gobernar esta pradera —dijo Tully con un bostezo soñoliento—. Pero alguien tiene que hacerlo. Y así se quedó dormida, reina de los dientes de león, campeona de los deseos y la hada más descarada que jamás hayas visto. El prado suspiró a su alrededor, en paz una vez más, hasta el día siguiente, cuando las mariquitas necesitarían ser regañadas, los humanos necesitarían ser burlados y los susurros de las semillas de diente de león necesitarían ser juzgados. Después de todo, alguien tenía que mantener la magia bajo control. Lleva la magia de Tully a casa ¡Deja que el encanto caprichoso de "Tiny Whispers in a Dandelion Field" agregue un toque de magia a tu espacio! Ya sea que estés buscando adornar tus paredes, ponerte cómodo con una almohada o llevar un poco de encanto a donde quiera que vayas, Tully lo tiene cubierto. Impresión en lienzo : una impresionante adición a sus paredes, perfecta para soñadores y amantes de la naturaleza. Tapiz : Convierte cualquier habitación en un prado de magia con esta cautivadora decoración de pared. Almohada decorativa : acurrúcate con el descaro de Tully y deja que los dientes de león te lleven al sueño. Bolso de mano : lleva un poco del encanto de las hadas en todas tus aventuras. ¡Descubre la colección completa y deja que los pequeños susurros de Tully traigan una sonrisa a tu día!

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