symbolic journey

Cuentos capturados

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Frozen Dreams in a Maple Frame

por Bill Tiepelman

Sueños congelados en un marco de arce

La hoja yacía sobre la nieve, imposiblemente intacta por el viento que aullaba en el valle. Sus venas brillaban débilmente, como si las brasas de un otoño olvidado todavía ardieran dentro de su delicada forma. Sarah se topó con ella mientras caminaba sola por el desierto helado, con el aliento empañado por el frío cortante. El sol de invierno se estaba desvaneciendo y las sombras se extendían a lo largo de la nieve. Se agachó para examinar la hoja, hipnotizada por la escena que contenía: un pequeño río cristalino que serpenteaba entre pinos cargados de nieve. Parecía viva, demasiado viva. Sus dedos vacilaron, flotando sobre el agua. —Esto no puede ser real —susurró. Los vibrantes azules del río brillaron, como si respondieran a su duda. Una pequeña figura, no más grande que la punta de su uña, pareció remar río abajo, con un movimiento suave y deliberado. El corazón de Sarah se aceleró. Sabía que debía alejarse, sabía que no debía tocarlo. Pero la curiosidad siempre había sido su debilidad. Ignorando el susurro de inquietud que crecía en su pecho, extendió la mano. En el momento en que sus dedos rozaron la hoja de arce, el mundo cambió. El suelo bajo sus pies desapareció, reemplazado por una repentina ráfaga de aire frío. Aterrizó con un suave golpe sobre la nieve, pero ya no era la nieve de sus montañas familiares. Esta nieve brillaba de manera antinatural, como si estuviera espolvoreada con diamantes triturados, y el aire estaba quieto, demasiado quieto. El río ya no era una escena atrapada entre las hojas; estaba allí, pasando a su lado en luminosas cintas azules, con un agua tan clara que parecía de otro mundo. A su alrededor se alzaban altos pinos, con las ramas cargadas por la escarcha. En algún lugar a lo lejos, se oyó el débil sonido de un remo. La diminuta figura que había visto antes ya no era diminuta. Era un hombre, vestido con una extraña ropa hecha jirones que brillaba débilmente bajo la luz plateada del cielo. Dejó de remar y giró la cabeza bruscamente, como si sintiera su presencia. —No deberías estar aquí —dijo el hombre, con voz grave y grave, con un dejo de advertencia—. Nadie cruza el límite sin un motivo. —¿Qué es este lugar? —preguntó Sarah con voz temblorosa mientras se ponía de pie. Sus botas se hundían ligeramente en la nieve en polvo, pero el suelo debajo se sentía sólido, casi cálido. Miró a su alrededor, buscando algo familiar, pero no había nada: solo los árboles, el río y ese extraño silencio hueco. El hombre bajó de su canoa y entrecerró los ojos. —Este es el Pasaje, el espacio entre lo que fue y lo que podría ser. La gente como tú no pertenece aquí. —La observó durante un momento y luego añadió—: A menos que… —Su expresión se suavizó un poco—. ¿Encontraste la llave? —¿Una llave? —repitió ella, apretándose más la chaqueta—. No sé de qué estás hablando. Encontré una hoja. Una hoja de arce en la nieve. Ante esto, el rostro del hombre se ensombreció. —Entonces, la hoja te eligió a ti. Siempre lo hace. —Suspiró, quitándose la escarcha de las manos—. Ya es demasiado tarde. Te han atraído y la única salida es hacia adelante. —¿Adelante, hacia qué? —preguntó Sarah, alzando la voz—. ¡Yo no pedí nada de esto! —Nadie lo hace nunca —dijo el hombre con sencillez—. Pero el Pasaje no es aleatorio. Te muestra lo que necesitas ver, incluso si aún no lo entiendes. —Hizo un gesto hacia el río—. Ven. La corriente te llevará a la verdad, o al menos a la siguiente pregunta. Todo su instinto le decía que corriera, que huyera hacia el bosque, pero cuando miró por encima del hombro, el camino por el que había venido había desaparecido. Los árboles se extendían sin fin, una pared ininterrumpida de escarcha y sombra. No había vuelta atrás. Lo siguió hasta la canoa, con el corazón palpitando con fuerza mientras subía. El agua helada lamía suavemente los costados mientras el hombre comenzaba a remar. Viajaron en silencio, el mundo que los rodeaba se volvía más extraño con cada curva del río. El cielo brillaba con constelaciones desconocidas y los árboles parecían zumbar suavemente, como si estuvieran vivos. Sarah no podía quitarse de encima la sensación de que la observaban, aunque no veía a nadie más. Finalmente, el hombre habló. "El Pasaje es un espejo", dijo en voz baja. "Refleja lo que escondes, lo que temes y, a veces, lo que esperas. Lo que encuentres al final será tuyo y tendrás que afrontarlo solo". - ¿Y qué pasa si no me gusta lo que encuentro? - preguntó Sarah con la garganta seca. La miró con expresión indescifrable. —Entonces aprendes. O no. De pronto, el río se ensanchó y se abrió paso hasta convertirse en un enorme lago helado. En el centro había una figura solitaria, envuelta en sombras. Verla provocó un escalofrío en la espalda de Sarah, más intenso que el frío que la rodeaba. El hombre dejó de remar y se volvió hacia ella. "Aquí es donde te dejo. El resto lo tienes que hacer tú". —Espera —suplicó Sarah, sintiendo pánico en el pecho—. ¿Quién es ese? ¿Qué se supone que debo hacer? Él no respondió. Con un solo empujón de su remo, hizo que la canoa se alejara río abajo, dejándola sola. La figura en la distancia parecía llamarla, aunque no se movió. Sarah vaciló, conteniendo la respiración. El miedo se apoderó de ella, pero también algo más: un destello de esperanza. Si el Pasaje era un espejo, entonces tal vez, solo tal vez, podría encontrar allí algo que había perdido hacía mucho tiempo. Cuadrando los hombros, dio un paso sobre el hielo, sus pasos resonaron en el silencio. La figura esperó, inmóvil, mientras ella se acercaba. Cada paso se sentía más pesado que el anterior, el aire a su alrededor estaba denso por la tensión. Pero incluso cuando el miedo carcomía los bordes de su determinación, siguió adelante. El hielo crujió bajo su peso, pero ella no se detuvo. No se detendría. Fuera lo que fuese lo que la aguardaba al final del Pasaje, estaba lista para enfrentarlo. Explora los sueños congelados en un marco de arce Lleva la magia de esta historia a tu hogar con nuestros productos exclusivos que incluyen la impresionante obra de arte " Sueños congelados en un marco de arce ". Ya sea que estés buscando una impresionante pieza de pared, un accesorio acogedor o una actividad divertida, tenemos algo para todos. Haz clic a continuación para descubrir más: Compre el tapiz : agregue un toque de calidez y arte a su espacio con este exquisito tapiz. Compre la impresión en lienzo : perfecta para una pared de galería o como pieza central en su hogar. Compra el rompecabezas : junta las piezas de esta encantadora escena y disfruta del viaje a través de las estaciones. 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Flight Between Warmth and Winter

por Bill Tiepelman

Vuelo entre el calor y el invierno

Las alas de la mariposa batían en silencio, un frágil destello atrapado entre dos mundos. A su izquierda, una calidez irradiaba del resplandor otoñal que se desvanecía; los árboles resplandecían en tonos naranja quemado y carmesí, proyectando sombras largas y suaves. A su derecha, el frío del invierno se cernía sobre ella, una etérea luz azul que escarchaba las ramas, cada ramita quebradiza bajo una capa de hielo. Los sintió a ambos: el fuego y la escarcha, el anhelo y el silencio, el recuerdo del calor y la seducción de la quietud. Durante siglos, había conocido esta danza, moviéndose de una estación a otra. Su vuelo nunca era recto; se desviaba, se deslizaba, se hundía, como una hoja atrapada en un viento invisible. Sabía que cada ráfaga que la arrastraba era una invitación, pero su viaje no era sencillo ni sin rumbo. Su camino estaba marcado por el deseo de encontrar ese lugar, ese fugaz instante en que el calor del otoño se encontraba con el frío del invierno, donde el fuego no quemaba ni el hielo se rompía. Allí, en esa silenciosa grieta, creía, estaba la paz. Sin embargo, la paz era una promesa que jamás pudo alcanzar del todo. Cada año, al caer las hojas de otoño y caer la primera nieve, sentía un anhelo inmenso en su frágil pecho. Era luz y sombra, fuego y escarcha, y aunque sus alas la llevaban a través de cada reino, no pertenecía a ninguno. Su corazón dolía con un anhelo eterno, la necesidad de comprender su lugar en el mundo, un mundo en constante cambio, pasando del calor al frío, de la luz a la sombra. Su viaje no estuvo exento de cicatrices. Cada estación dejaba su huella, un sutil cambio en los tonos de sus alas, un leve cambio en el ritmo de su vuelo. Era resiliente, pero cada cambio la consumía. Había visto a otras, otras mariposas que no se debatían entre mundos. Se asentaban, descansando sobre las flores o desafiando la escarcha, en su hogar en la estación elegida. Pero ella no podía aquietarse, no podía anclarse en un tiempo, en un lugar. Al caer el crepúsculo, proyectando un púrpura amoratado sobre el cielo, aterrizó en la rama de un árbol que se alzaba en el límite de ambos reinos. Una mitad del árbol estaba estéril, con sus ramas despobladas y esqueléticas, testimonio del ardiente fin del otoño. La otra mitad estaba cubierta de escarcha, cada hoja rebosaba de plata brillante. Descansó allí, sintiendo el profundo dolor en sus alas, la carga del vuelo interminable, del anhelo sin respuesta. En ese silencio, se atrevió a cerrar los ojos, dejando que las sensaciones la invadieran: el frío penetrante, el calor persistente. Pensó en los muchos ciclos que había presenciado, los nacimientos y las muertes, los colores salvajes desvaneciéndose en grises apagados. Pensó en las vidas que había tocado, los lugares que había visto, y se preguntó si tal vez su lugar no estaba en encontrar la paz, sino en el acto mismo de buscarla. Con un ligero escalofrío, abrió los ojos y se encontró rodeada de un tenue resplandor. El árbol, al borde de las estaciones, parecía latir con una vida serena y ancestral. La escarcha y el fuego coexistían en delicada armonía, sin dominarse mutuamente, cada uno vibrante y quieto. Podía sentirlo, un susurro en la quietud, un mensaje de que todo lo que buscaba estaba allí, en lo liminal, en el equilibrio entre dos fuerzas. Extendió sus alas, sintiendo cómo la calidez del otoño se fundía con el gélido frío del invierno, y se elevó en el aire. Por primera vez, voló sin resistencia, abrazando ambas facetas de sí misma: el fuego y la escarcha, la esperanza y el anhelo. No pertenecía a un mundo ni al otro, sino a la unión donde se encontraban. Era el puente, la mariposa capaz de transportar tanto el calor como el frío, portadora de la promesa de que en algún lugar, en cada estación que pasa, yacía un momento de quietud. Y con eso, se elevó, una chispa contra el crepúsculo, una criatura de ambas estaciones y de ninguna. Llevaba consigo el susurro de las hojas otoñales y los secretos del frío invernal, un testimonio viviente de la esperanza, del anhelo y de la belleza de abrazar la luz y la sombra. Lleva la belleza de “Vuelo entre el calor y el invierno” a tu hogar Sumérgete en el delicado equilibrio de la dualidad de la naturaleza con productos inspirados en "Vuelo entre el Calor y el Invierno" . Cada pieza captura la belleza etérea del viaje de la mariposa, permitiéndote aportar un toque de magia estacional a tu entorno. Tapiz : Adorne sus paredes con esta obra de arte, capturando la transición perfecta entre el otoño y el invierno. Rompecabezas : reconstruye la historia de transformación y resiliencia con cada intrincado detalle. Almohada decorativa : agregue un toque de elegancia estacional a su espacio de estar con esta almohada bellamente elaborada. Cortina de ducha : transforme su baño en un santuario de calidez y fresca elegancia con esta exclusiva cortina de ducha. Patrón de punto de cruz : capture la belleza del contraste estacional con este detallado gráfico de punto de cruz de mariposa, perfecto para bordadores avanzados. Cada producto sirve como recordatorio del viaje de la mariposa: un símbolo de esperanza, anhelo y la belleza que se encuentra en el equilibrio entre los mundos. Disfruta de las estaciones y haz que "Vuelo entre el calor y el invierno" forme parte de tu historia.

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