por Bill Tiepelman
Metropolis Mirage: La confluencia de Chroma
Era una mañana brumosa cuando Alex se puso su máscara de cara sonriente, de esas que inquietan más que alegran. Debajo de la fachada, sus ojos brillaban con picardía mientras caminaba por las calles desiertas de Eldritch Avenue. La ciudad estaba anormalmente tranquila, el silencio solo se veía interrumpido por ecos distantes y sus pasos. El aire estaba denso por la niebla, tan densa que parecía tragarse las fachadas desmoronadas de los edificios que bordeaban la calle. Alex se detuvo en un paso de peatones, un lugar común y corriente donde algo extraordinario estaba a punto de suceder. Mientras esperaba la señal que nunca parecía llegar, el suelo bajo sus pies empezó a vibrar levemente. No era el temblor de la tierra que uno esperaría, sino más bien una pulsación, como el latido del corazón de la ciudad misma. Sin previo aviso, de su espalda surgió una cascada de alas fractales que se desplegaron con un floreo de colores que atravesó la mañana gris. Cada pluma era un tapiz de tonos vibrantes que se arremolinaba en patrones que desafiaban la monotonía del entorno. Los transeúntes, pocos y distantes entre sí, se detuvieron en seco, y el espectáculo rompió la monotonía matutina. —Llegamos tarde al baile de máscaras, ¿no? —dijo una voz entre risas desde las sombras. Alex se giró y vio una figura apoyada contra la pared, envuelta en un abrigo andrajoso y con el rostro oculto por la capucha—. ¿O es solo otro día haciendo alarde de tus colores en el mundo de la escala de grises? La respuesta de Alex fue una mueca, y la sonrisa perpetua de su máscara se profundizó con genuina diversión. "Solo estoy animando el viaje matutino", respondió con voz apagada pero clara. "¿Te gustaría unirte al desfile?" El extraño se apartó de la pared y se acercó a Alex con un paso que coincidía con el ritmo de los fractales pulsantes. "Oh, estaba esperando una invitación", dijo con un tono de voz juguetón. Juntos, entraron en el paso de peatones, las alas fractales iluminaron su camino, proyectando sombras espeluznantes que bailaban a lo largo de los autos abandonados y las tiendas cerradas. Mientras caminaban, la ciudad parecía despertar, agitada por la energía de la vibrante exhibición de Alex. Pero había algo más: un susurro en las sombras, una risa que se prolongó demasiado tiempo, como si la ciudad misma estuviera participando de una broma que Alex aún no había entendido. A medida que se adentraban en el corazón de la ciudad, las alas fractales que se encontraban detrás de Alex revoloteaban con vida propia y proyectaban luces caleidoscópicas sobre los edificios envueltos en niebla. El extraño, cuya presencia ahora se sentía tan integral como la máscara que cubría el rostro de Alex, lo guió por callejones que giraban y daban vueltas como los patrones que tenía en la espalda. De vez en cuando, el extraño se detenía, señalaba una pared anodina o un pavimento roto y susurraba: "Observa". Cuando se lo ordenaba, esos elementos ordinarios brillaban brevemente y revelaban murales ocultos de fractales en espiral que imitaban las alas de Alex o emitían sonidos que convertían el silencio en una sinfonía de susurros. Era como si la ciudad misma se estuviera transformando, desprendiéndose de su lúgubre exterior para revelar un lienzo de infinitas posibilidades. —¿Qué es este lugar? —preguntó Alex, con una mezcla de asombro y cautela en su voz. —Un espejismo —respondió el desconocido, en un tono serio y burlón a la vez—. Un lugar entre las grietas de lo real y lo imaginario. Tú aportas color; yo aporto visión. Juntos, despertamos a la ciudad dormida. Mientras hablaban, el aire se volvió más frío y la niebla se espesó hasta convertirse en una cortina casi palpable. Las luces de la calle parpadeaban como si lucharan por mantener su brillo contra la oscuridad que se acercaba. Alex sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, pero su curiosidad lo impulsó a adentrarse más en el corazón del espejismo. Llegaron a una plaza abierta, donde la niebla se disipó de repente y el paisaje urbano se extendió como un océano monocromático. Allí, los fractales de las alas de Alex se elevaron hacia el cielo, entrelazándose con las nubes, creando un espectáculo que desdibujó las líneas entre el cielo y la piedra. Pero cuando el espectáculo alcanzó su clímax, un gruñido bajo resonó por la plaza, retorciéndose con malicia. Las sombras se acumularon alrededor de sus pies como tinta, y la máscara de cara sonriente ya no parecía un escudo sino un faro, atrayendo una atención que ya no querían. —A la ciudad le gusta tu color, pero también tu miedo —murmuró el extraño, con una sonrisa burlona en la voz—. No te preocupes, solo se está alimentando del drama que traes. Baila, Alex, deja que la ciudad se deleite con algo más que gris. Con un gesto, el extraño desapareció entre las sombras, dejando a Alex solo en la plaza, con solo sus alas radiantes y la oscuridad que se arrastraba como compañeros. La risa volvió, más fuerte ahora, una sinfonía de espeluznante deleite. Alex respiró profundamente y, mientras bailaba, sus alas pintaron la oscuridad con luz; cada paso era un desafío, cada remolino un reto. La ciudad observaba, más hambrienta que antes, pero esa noche, disfrutaría de un espectáculo de color y coraje. La noche avanzaba y la oscuridad retrocedía, impresionada o apaciguada, nadie podía decirlo. A medida que se acercaba el amanecer, los fractales se plegaban suavemente detrás de Alex y la sonrisa de la máscara parecía un poco más amplia. La ciudad estaba tranquila de nuevo, pero había saboreado el color y algo le decía a Alex que las mañanas grises nunca volverían a ser lo mismo. 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