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Cuentos capturados

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The Snow Queen and Her Celestial Owl

por Bill Tiepelman

La Reina de las Nieves y su Búho Celestial

En los confines más lejanos del norte, donde el aire brillaba con un frío tan antiguo que susurraba canciones olvidadas, reinaba la Reina de las Nieves. No era una monarca común. Su gobierno no se extendía sobre tierras o ciudades, sino sobre el delicado equilibrio del invierno mismo. Cada copo de nieve que caía, cada aliento cargado de escarcha que se exhalaba en la quietud, llevaba su firma. El mundo la conocía como Solvara, la guardiana de los secretos helados. Su palacio, un laberinto de belleza cristalina, se alzaba al borde de un río helado que nunca se descongelaba. Torres de hielo irregular se elevaban en espiral hacia el cielo, refractando la luz en colores espectrales durante el breve crepúsculo de los días polares. Dentro de esas paredes relucientes, el tiempo parecía suspendido. Los visitantes, por raros que fueran, a menudo hablaban de sentir el peso de la eternidad presionando suave pero firmemente sobre sus pechos. La propia Solvara había vivido siglos, su vida se había prolongado y parecía un sueño, una historia sin fin. Solvara no estaba sola en su vigilia. En su mano enguantada siempre había posada una lechuza celestial llamada Veylith. La lechuza no era una criatura común. Sus plumas brillaban tenuemente, como si estuvieran salpicadas de polvo de estrellas, y sus ojos no reflejaban el mundo que lo rodeaba, sino las constelaciones. Veylith era su compañera, su centinela y su espejo: una criatura nacida de la misma magia misteriosa que ataba a Solvara a su reino helado. La carga de la reina Aunque su dominio era de una belleza impresionante, era un reino solitario. El papel de Solvara no nació de una elección, sino de una necesidad. Hace mucho tiempo, había sido una mujer mortal, una mujer cálida y alegre que vivía en una pequeña aldea enclavada en el borde de un bosque común. Un invierno fatídico, una plaga arrasó su hogar, robando el aliento de su gente y amenazando con sumir a la región en la desesperación. Desesperada por salvarlos, buscó la guía de un antiguo espíritu que se decía que habitaba en los campos de hielo del norte. El espíritu, un ser resplandeciente de hielo y sombra, le ofreció un trato. Solvara recibiría el poder de detener la plaga y cubrir la tierra con el frío purificador del invierno, pero a cambio, renunciaría a su vida mortal. Se convertiría en la Reina de las Nieves, una guardiana eterna del invierno, que nunca volvería a sentir el calor del sol ni el contacto de la mano de otra persona. Sin dudarlo, aceptó, su amor por su pueblo superaba el costo de su humanidad. Así los salvó, pero al precio de su propia libertad. Con el paso de los siglos, su recuerdo de aquella época se había desvanecido como un copo de nieve que se derrite contra una palma cálida. Ya no podía recordar los rostros de aquellos a quienes había salvado, solo el dolor de su ausencia. Un visitante del sur Una noche interminable, durante la estación oscura en la que el sol no sale, una figura apareció en el borde de su reino. Solvara, siempre atenta, vio al visitante antes de que llegaran a sus puertas. Era un hombre, envuelto en pieles pesadas, su aliento visible en el aire helado. A diferencia de los pocos que se habían aventurado en su reino a lo largo de los años, este hombre no llevaba codicia ni violencia en su corazón. En cambio, ella percibió algo desconocido: dolor, pesado e inquebrantable. Curiosa, Solvara descendió de su trono helado y salió a la noche, con Veylith deslizándose silenciosamente sobre ella. Cuando se acercó, el hombre cayó de rodillas, con la cabeza inclinada. “Su Majestad”, dijo con voz temblorosa, “he venido en busca de un milagro”. Ella lo miró en silencio, con sus ojos plateados indescifrables. —Los milagros —dijo, con voz suave y fría como la nieve— siempre exigen un precio. El hombre levantó la vista, con el rostro surcado por el dolor. “No me queda nada para dar, salvo a mí mismo”, dijo. “Mi esposa… me la arrebataron. Una enfermedad repentina, cruel y repentina. No puedo seguir adelante sin ella. Si no puedes traerla de vuelta, entonces te pido, por favor, que me lleves mis recuerdos de ella. Déjame olvidar el dolor”. Solvara sintió una punzada en lo más profundo de su ser, una grieta en la armadura glacial que había construido alrededor de su corazón a lo largo de los siglos. Entendía la pérdida; era el hilo que la unía a su reino. Pero no había olvidado el costo de manipular la vida y la muerte. —No puedo devolver a los muertos —dijo con dulzura—. Tampoco puedo robar los recuerdos del amor, por dolorosos que sean. Pero puedo darte algo más. El don de la perspectiva Extendió la mano y Veylith voló hacia ella, posándose delicadamente en su muñeca. —Éste es Veylith, mi centinela. A través de sus ojos, verás la inmensidad del mundo: las constelaciones que iluminan los cielos, las tormentas que dan forma a la tierra, los momentos tranquilos de belleza que existen incluso en el dolor. No borrará tu dolor, pero puede ayudarte a soportarlo. El hombre dudó y luego asintió. Solvara sostuvo su mano libre sobre su corazón y una luz tenue brilló entre ellos. Cuando ella se apartó, el hombre jadeó. Sus ojos reflejaban ahora las mismas constelaciones iluminadas por estrellas que los de Veylith y, por primera vez en años, sintió que el peso aplastante de su dolor se aliviaba levemente. —Vete ahora —dijo Solvara, con un tono de esperanza en la voz—. El mundo es enorme y no estás sola. Una mirada a la humanidad Mientras el hombre desaparecía en la distancia, Solvara se volvió hacia su palacio, con pasos más lentos de lo habitual. Veylith volaba delante, con sus alas silenciosas cortando el aire helado, pero por primera vez en siglos, la Reina de las Nieves sintió el despertar de algo que había olvidado hacía mucho tiempo: el anhelo. El dolor del hombre le había recordado su propia humanidad, enterrada profundamente bajo la nieve y el hielo de su existencia inmortal. Mientras subía los escalones helados de su trono, se detuvo y contempló las estrellas. “Tal vez”, murmuró, “incluso el invierno deba terminar algún día”. Veylith inclinó la cabeza y sus ojos llenos de constelaciones la observaron atentamente. Y por un breve instante, la Reina de las Nieves se permitió soñar con la primavera. Lleva a la Reina de las Nieves a tu hogar Sumérgete en el encantador mundo de "La Reina de las Nieves y su Búho Celestial" con productos asombrosos inspirados en esta mágica escena invernal. 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The Black Cat Fairy of Winter

por Bill Tiepelman

El hada del gato negro del invierno

En lo profundo de los bosques helados, donde la nieve se acumula más que una mala decisión en la víspera de Año Nuevo, vivía una criatura legendaria, o tal vez infame. No era la típica duendecita dulce con coronas de flores y ojos inocentes. No, era el Hada del Gato Negro del Invierno , y estaba allí para causar problemas, esparcir purpurina y beber ponche de huevo con alcohol, aunque no siempre en ese orden. La Hada del Gato Negro, o "Kat", como le gustaba que la llamaran, tenía una reputación. Sus alas eran tan oscuras y brillantes como un mensaje de texto borracho y su cola felina se movía como si estuviera perpetuamente enojada con todo el mundo, porque lo estaba. ¿Su vestuario? Una mezcla de encaje gótico, medias hasta los muslos y un corsé tan ajustado que parecía que le debía dinero. Pero a Kat no le importaba la modestia. Después de todo, como le gustaba decir, "Si lo tienes, haz alarde de ello, especialmente si hace que los elfos se sientan incómodos". Una tormenta de nieve de problemas Una tarde gélida, mientras los copos de nieve besaban las copas de los árboles de hoja perenne y el viento aullaba como un alma en pena con resaca, Kat estaba sentada sobre un tronco helado, bebiendo de una taza humeante. En la taza se leía: "El hada más descarado del mundo" . ¿Dentro? Una mezcla sospechosamente potente de chocolate caliente, Bailey's y algo que quemaba como el arrepentimiento. —Ah, el invierno —ronroneó Kat, mientras su cola se enroscaba perezosamente detrás de ella—. La época del año en la que la gente finge querer a sus familiares y llora por los propósitos fallidos. —Suspiró dramáticamente y tomó otro sorbo. Justo en ese momento, el silencio del bosque fue interrumpido por el crujido de las botas sobre la nieve. Un grupo de viajeros había entrado en sus dominios. Kat se animó y entrecerró los ojos con una expresión de júbilo depredadora. "Vaya, vaya, vaya, pero si no es mi tipo favorito de idiota: los excursionistas perdidos". Kat emergió de las sombras como una mezcla entre una diosa seductora y una queja ambulante de Recursos Humanos. Sus alas brillaban a la luz de la luna. Los viajeros se quedaron paralizados. Uno de ellos, un hombre corpulento con una barba que parecía haber crecido por despecho, la miró parpadeando y tartamudeó: "Uh... ¿eres... eres real?" Kat sonrió. "Tan real como el historial de tu navegador, grandullón". El travieso trato de los Fae El grupo intercambió miradas nerviosas. Habían oído historias sobre el Hada del Gato Negro, aunque la mayoría de ellas eran historias de tabernas de borrachos sobre gente que había regresado del bosque sin carteras, pantalones y, a veces, sin dignidad. "Sólo estamos tratando de encontrar el camino principal", dijo una de ellas, una mujer menuda que sostenía un mapa que parecía haber sido impreso de Internet en 2003. "¿Conoces el camino?" Kat se dio un golpecito en la barbilla, fingiendo pensar. "Hmm, podría ayudar... pero ¿dónde está la diversión en eso? No, no. Juguemos a un pequeño juego". Los excursionistas gruñeron al unísono. Los juegos con Kat nunca terminaban bien. Pero era cuestión de seguirle el juego o arriesgarse a vagar por el bosque hasta convertirse en versiones de sí mismos en forma de helado. —Está bien —dijo Kat, aplaudiendo con sus manos enguantadas—. Este es el trato: si puedes responder tres acertijos, te guiaré hasta el camino. Si fallas… —Se quedó en silencio y su sonrisa se hizo más amplia—. Bueno, digamos que te irás del bosque con menos calcetines y más remordimientos. El guante del acertijo El primer acertijo era bastante simple: "¿Qué tiene cola, no tiene patas y le encanta hacer travesuras?" "¡Un gato!", gritó uno de los excursionistas, pareciendo demasiado orgulloso de sí mismo. Kat arqueó una ceja. "Claro, lo haremos. Un punto para ti". El segundo acertijo era más complicado: "Tengo frío, soy duro y me interpongo en tu camino. ¿Qué soy?". Los excursionistas debatieron por un momento antes de que la pequeña mujer gritara: "¡Hielo!". La cola de Kat se movió. "Bueno, ¿no eres listo? Eso son dos de dos". Pero ¿el tercer acertijo? Ah, no iba a ponérselo fácil. "Soy morena, estoy de mal humor y te arruinaré el día si me haces enojar. ¿Qué soy?" El silencio se apoderó del grupo. Susurraban entre ellos, dando respuestas como "una tormenta" o "un lobo". Finalmente, el hombre corpulento dio un paso adelante y, con una sonrisa tímida, dijo: "Uh... ¿tú?" Kat parpadeó y luego se echó a reír, una risa tan fuerte que asustó a una ardilla que estaba en un árbol cercano. —¡Claro que sí, soy yo! —le dio una palmada en el hombro y casi lo derriba—. Felicidades, cabrón. Tú ganaste. El camino por delante Fiel a su palabra (algo que no ocurría a menudo), Kat condujo al grupo de vuelta a la carretera principal, pero no sin antes robar la última barra de granola de una de sus mochilas y darle a la mujer menuda una palmada en el trasero por si acaso. —Recuerda —gritó Kat mientras se alejaban—, la próxima vez que estés en mi bosque, trae vino y bocadillos. O no vengas. Mientras los excursionistas desaparecían en la distancia, Kat se apoyó en un árbol y bebió lo que quedaba de su chocolate, ahora frío. "Ah, los humanos", murmuró. "Tan predecibles. Tan entretenidos". Y con eso, el Hada Gato Negro del Invierno desapareció en la noche, dejando atrás solo débiles huellas en la nieve y una persistente sensación de travesura. Cuenta la leyenda que ella todavía deambula por esos bosques, esperando que la próxima alma desafortunada se cruce en su camino. Llévate al Hada Gato Negro a casa Si la magia traviesa de la Hada del Invierno, la Gata Negra, ha cautivado tu imaginación, puedes traer su encanto a tu vida con una variedad de productos únicos. Ya sea que busques una decoración impresionante o un toque de fantasía, tenemos lo que necesitas: Impresiones acrílicas : agregue un toque elegante y moderno a sus paredes con una impresión vibrante y nítida. Tapices : cree un punto focal encantador en cualquier habitación con un tapiz suave y de alta calidad. Bolsos de mano : lleva un poco de magia de hadas contigo dondequiera que vayas, perfectos para ir de compras o para el uso diario. Impresiones en lienzo : disfrute de esta impresionante obra de arte con un acabado clásico con calidad de galería. ¡Compre estos artículos exclusivos y más en Unfocussed.com y deje que el Hada Gato Negro le dé un poco de descaro y brillo a su espacio!

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Chilling Adventures with the Ice Dragon

por Bill Tiepelman

Escalofriantes aventuras con el dragón de hielo

El invierno había llegado al Norte Encantado, cubriendo el bosque con una escarcha centelleante y transformando hasta a los gnomos más gruñones en entusiastas de mejillas sonrosadas. Bueno, a casi todos los gnomos. A Gusbert Whiskas Frías, conocido localmente como el "Bufón de la Ventisca", no le interesaban los trineos, las peleas de bolas de nieve ni beber sidra caliente junto al fuego. No, Gusbert tenía una reputación que mantener: una reputación de hacer bromas escandalosas y planes descabellados. "Este año", anunció Gusbert sin dirigirse a nadie en particular mientras permanecía en su patio cubierto de nieve, "voy a hacer el truco invernal definitivo. Algo tan magnífico, tan ridículo, ¡que nunca más me llamarán 'bufón'!" En ese momento, una enorme sombra cristalina pasó por encima de ellos. Gusbert miró hacia arriba y vio al Dragón de Hielo, una magnífica criatura de escamas brillantes y alas con puntas de escarcha, surcando el pálido cielo invernal. Una sonrisa maliciosa se extendió por su rostro barbudo. "Perfecto", susurró. "Ese dragón es justo el compañero que necesito". El plan Gusbert no tenía mucho encanto, pero sí un don para convencer a las criaturas de que se unieran a sus planes (normalmente con promesas de aperitivos). Armado con una bolsa de bayas congeladas y su mejor sonrisa persuasiva, Gusbert caminó hasta la Cresta de Pico Helado, donde el Dragón de Hielo tenía su guarida. Encontró a la gran bestia descansando sobre un glaciar, masticando carámbanos. —¡Saludos, oh gélido! —comenzó Gusbert, inclinándose dramáticamente. El dragón parpadeó, y fragmentos de hielo brillaron en sus brillantes ojos azules—. ¡Vengo con una propuesta! Una asociación, por así decirlo. ¡Juntos, desataremos la mayor travesura invernal que este bosque haya visto jamás! El dragón inclinó la cabeza, sin impresionarse. Gusbert levantó la bolsa de bayas y la agitó tentadoramente. “Hay más de donde salió esto”, dijo. “Piénsalo: caos de bolas de nieve, madrigueras de ardillas cubiertas de escarcha, ¡tal vez incluso un concurso de esculturas de copos de nieve en el aire! ¡Las posibilidades son infinitas!” El dragón resopló y lanzó una pequeña ráfaga de nieve a la cara de Gusbert, pero finalmente extendió una garra brillante. Gusbert la sacudió con entusiasmo. “Excelente elección, mi gélido camarada. ¡Ahora, pongámonos a trabajar!” La ejecución El primer objetivo de Gusbert fueron los siempre molestos zorros cascabel, que se enorgullecían de sus villancicos perfectamente sincronizados. Subido a la espalda del dragón, Gusbert voló sobre su guarida nevada y desató su arma secreta: bolas de nieve encantadas que, al impactar, hacían que el receptor emitiera sonidos de cascabel sin control. Cuando los zorros lograron reagruparse, sus villancicos sonaban como un coro de cajas de música que funcionaban mal. —¡Hic-jingle! ¡Hic-jingle! ¡Hic-jingle todo el tiempo! —aulló uno de ellos, para deleite de Gusbert. La siguiente parada fue el Desfile de Ciervos de Invierno, un solemne evento en el que los ciervos locales se adornaban con acebo y oropel. Gusbert se abalanzó sobre el Dragón de Hielo y roció la ruta del desfile con escarcha encantada que hizo que las astas brillaran de un rosa neón. Los solemnes ciervos no estaban nada contentos, pero los espectadores estallaron de risa. —¡Oh, esto es demasiado bueno! —se rió Gusbert, mientras conducía al dragón hacia su gran final: la competencia anual de esculturas de nieve del Consejo de Ancianos Gnomos. El consejo era famoso por tomarse sus esculturas demasiado en serio, y su líder, Grimpus, una vez declaró que una nariz de zanahoria en un muñeco de nieve era "una abominación artística". La gran final Mientras se cernía sobre la competencia, Gusbert observó la escena. Grimpus y sus compañeros ancianos estaban elaborando minuciosamente un elaborado castillo de hielo. "Es hora de darle un poco de vida a las cosas", dijo Gusbert, arrojando un puñado de copos de nieve encantados sobre la escultura. Momentos después, el castillo estalló en una cacofonía de brillo y hielo, transformándose en una gigantesca y helada réplica del rostro gruñón de Grimpus. La multitud estalló en aplausos, pero Grimpus no se impresionó tanto. “¡¿Quién se atreve a manipular mi obra maestra?!”, gritó, agitando el puño hacia el cielo. Gusbert saludó alegremente mientras el Dragón de Hielo ejecutaba un elegante giro en espiral, esparciendo más brillo sobre la competencia. Por desgracia para Gusbert, Grimpus tenía buen ojo. —¡Es ese maldito Frostwhisker! —rugió—. ¡A por él! El escape —¡Es hora de irse! —gritó Gusbert, instando al dragón a que se lanzara en picado. La pareja atravesó rápidamente el bosque nevado, perseguidos por una multitud furiosa de zorros, ciervos y gnomos con raquetas de nieve. Sin embargo, el dragón de hielo se lo estaba pasando en grande. Con cada potente aleteo, enviaba oleadas de escarcha brillante que caían sobre los perseguidores, frenándolos lo suficiente para que Gusbert pudiera escapar. Cuando finalmente aterrizaron en Frostpeak Ridge, Gusbert se deslizó del lomo del dragón y se desplomó en la nieve, riendo sin control. "¿Viste sus caras?", susurró. "¡No tienen precio!" El dragón emitió un ronroneo retumbante en señal de aprobación antes de acurrucarse en su glaciar. Gusbert le arrojó el resto de las bayas congeladas como agradecimiento. "Eres un verdadero artista, mi gélido amigo", dijo. "¿El año que viene a la misma hora?" El dragón resopló suavemente, lo que Gusbert decidió interpretar como un rotundo sí. Mientras caminaba con dificultad de regreso a su cabaña, Gusbert no podía esperar para comenzar a planear su próxima gran broma. Después de todo, el invierno era largo y el Norte Encantado necesitaba a alguien que mantuviera las cosas interesantes. Lleva la magia del invierno a casa ¿Te encantan las gélidas travesuras de Gusbert y el Dragón de Hielo? Captura la magia y la fantasía de sus escalofriantes aventuras con nuestra exclusiva colección de productos asombrosos: Tapices : Añade un toque de encanto helado a tus paredes con este diseño encantador. Impresiones en lienzo : perfectas para mostrar el mágico viaje invernal con detalles vibrantes. Rompecabezas : Reúne el brillo helado con un rompecabezas divertido y deslumbrante. Tarjetas de felicitación : comparte la magia helada con tus seres queridos a través de estas encantadoras tarjetas. ¡Comienza tu colección hoy y deja que Gusbert y su brillante dragón traigan el espíritu del invierno a tu vida!

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