
por Bill Tiepelman
Balanzas doradas y cuentos divertidos
El fuego crepitaba en la chimenea y su luz proyectaba sombras parpadeantes en la cavernosa biblioteca. En lo profundo de los antiguos muros de piedra del castillo de Elarion, entre estanterías que crujían bajo el peso de innumerables tomos, estaba sentada Lena, una niña de diez veranos con ojos demasiado sabios para su edad. Sus rizos dorados parecían atrapar y retener la luz del fuego, enmarcando su rostro mientras miraba fijamente a la pequeña criatura acurrucada en su regazo. El dragón, que no era más grande que un gato doméstico, brillaba con un brillo que rivalizaba con las monedas de oro más finas del tesoro de su padre. Sus escamas reflejaban los cálidos tonos de las llamas y sus delicadas alas, translúcidas como una gasa, temblaban levemente al respirar. La criatura gorjeaba suavemente, su voz era un trino agudo y melódico que le provocó escalofríos de placer a Lena. Acarició suavemente el lomo del dragón, maravillándose de la textura cálida y suave de sus escamas. El comienzo de la magia Dos semanas antes, Lena había descubierto el huevo. Oculto en el hueco de un antiguo roble en las profundidades del Bosque Prohibido, había latido con una luz sobrenatural. A pesar de las historias sobre los peligros que acechaban en el bosque, Lena no había podido resistirse a su llamada. En el momento en que sus dedos rozaron su superficie, sintió una conexión que no podía explicar. Lo envolvió en su capa y lo llevó a casa, sabiendo instintivamente que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Cuando el huevo eclosionó bajo el resplandor de la luna llena, Lena se quedó sin aliento de asombro al ver al pequeño dragón emerger, estirando sus alas húmedas. La miró con ojos de oro fundido y, en ese momento, se formó un vínculo inquebrantable. El pequeño dragón, al que llamó Auriel, parecía entender todos sus pensamientos y ella descubrió que podía entender sus extraños y melódicos chirridos. Un mundo en constante cambio El mundo de Lena había sido un mundo de estructura y expectativas. Como hija de Lord Vareth, estaba destinada a una vida de alianzas políticas y matrimonios estratégicos. Sin embargo, con Auriel en su vida, los confines de su camino predeterminado comenzaron a desmoronarse. El dragoncito era más que un compañero; era una chispa de rebelión, un símbolo de un mundo más allá del deber y el decoro. Pero la magia, como su madre le recordaba a menudo, era algo peligroso. Atraía a los curiosos, a los codiciosos y a los crueles. Lena ya había notado cambios en la fortaleza. Los sirvientes susurraban en los rincones y la miraban fijamente cuando creían que no los estaba mirando. Los consejeros de su padre se habían vuelto más vigilantes y la miraban fijamente cuando pasaba. Sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que alguien intentara arrebatarle a Auriel. La tormenta estalla La noche en que llegaron los soldados, Lena estaba preparada. Había escondido a Auriel en una bolsa forrada de lana suave y se la había colgado al hombro. Los débiles chirridos del dragoncito se oían amortiguados, pero ella podía sentir su miedo a través del vínculo que los unía. Se deslizó entre las sombras de la fortaleza, con el corazón palpitando con fuerza mientras evadía a los guardias que registraban los pasillos. La traición había sido rápida e inevitable; su padre, desesperado por mantener sus frágiles alianzas, había accedido a entregarla a la Orden de Sanctis, una facción que buscaba controlar a todas las criaturas mágicas. Mientras huía hacia el bosque, los sonidos de la persecución resonaron detrás de ella. Auriel, percibiendo su angustia, comenzó a tararear, una melodía baja y resonante que parecía vibrar en su pecho. Los árboles a su alrededor brillaron débilmente, sus hojas adquirieron un brillo sobrenatural. Un recuerdo surgió, uno de los cuentos de su niñera sobre el antiguo vínculo entre los dragones y el mundo natural. Tal vez, pensó Lena, la magia de Auriel podría salvarlos. Un despertar feroz Lena se detuvo en un claro iluminado por la luna, dejó la bolsa con cuidado en el suelo y la abrió. Auriel salió gateando, con las alas bien abiertas mientras piaba con urgencia. Las escamas del dragoncito empezaron a brillar, cada vez más, hasta que el claro quedó bañado por una luz dorada. Lena sintió una oleada de poder, una abrumadora sensación de unidad con el mundo que la rodeaba. Los soldados que la perseguían irrumpieron en el claro, pero se detuvieron en seco, con los ojos muy abiertos por el miedo y el asombro. Auriel se elevó en el aire, batiendo las alas con firmeza. Un rugido profundo y resonante llenó el claro y los soldados cayeron de rodillas, protegiéndose los ojos del resplandor del dragón. Lena se mantuvo erguida y su miedo se desvaneció cuando se dio cuenta de la verdad: Auriel no era solo un compañero; era su protector, su compañero y su destino. Juntos, eran más poderosos de lo que jamás había imaginado. Un nuevo comienzo Cuando la luz se desvaneció, los soldados se habían ido y se habían retirado a la oscuridad. Lena abrazó a Auriel y su corazón se llenó de gratitud y determinación. El camino que tenía por delante era incierto, pero una cosa estaba clara: nunca volvería a la vida que había dejado atrás. Con Auriel a su lado, forjaría un nuevo futuro, uno construido no sobre el deber y las expectativas, sino sobre el coraje y la libertad. Mientras se adentraba en las sombras del Bosque Prohibido, el dragón pió suavemente y sus ojos dorados brillaron con confianza. Lena sonrió y sus rizos dorados reflejaron la luz de la luna. Juntos desaparecieron en la noche. Su historia apenas comenzaba. Explorar más: Esta obra de arte mágica, titulada "Escamas doradas y cuentos risueños", ahora forma parte de nuestro Archivo de imágenes . 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