mythical forest

Cuentos capturados

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The Dual Seasons of the Fox

por Bill Tiepelman

Las dos estaciones del zorro

En un rincón remoto del mundo, donde el sol y la luna danzaban en la frontera de dos estaciones, un zorro de origen extraordinario vagaba por el bosque. Se decía que no era una criatura común, sino un ser del que se hablaba en los mitos: un guardián del equilibrio, un emisario tanto del fuego como de la escarcha. Quienes afirmaban haberlo visto hablaban de una extraña belleza: una mitad de su pelaje ardía con los vivos colores del otoño, mientras que la otra brillaba como la nieve recién caída, como si la criatura misma encarnara la eterna lucha entre el calor y el frío. El alma dividida del bosque El bosque que allí habitaba no se parecía a ningún otro. A un lado, las hojas de color ámbar caían sin cesar, cubriendo el suelo con una colcha de fuego rojo y dorado. El aire olía a tierra y humo, y el crujido crujiente de las pisadas anunciaba la presencia. Sin embargo, bastaba con dar unos pocos pasos para que el paisaje se transformara. La escarcha se aferraba a las ramas esqueléticas y el suelo estaba duro por el hielo. Los copos de nieve se deslizaban suavemente por la quietud y el amargo mordisco del invierno se apoderaba de los sentidos. Las leyendas contaban que el zorro nació en el momento exacto en que las estaciones chocaban, el fugaz instante en que el otoño muere y el invierno da su primer aliento. El mundo se había estremecido en ese límite, y de su latido surgió el zorro. Ambos lados del bosque veneraban a la criatura, llamándola el Guardián del Equinoccio , un espíritu enviado para garantizar que ninguna estación superara a la otra. Pero la reverencia pronto dio paso a la codicia. Porque donde está el equilibrio, también está el poder. La traición de las estaciones No todos los que buscaban al zorro lo admiraban. Se difundían historias de que capturarlo era dominar la naturaleza misma. Los granjeros susurraban que su sangre podía invocar la primavera eterna o una cosecha interminable, mientras que los señores de la guerra soñaban con aprovechar las tormentas o las sequías para paralizar a sus enemigos. Y así llegaron los cazadores, con sus trampas surcadas de dientes de hierro y sus corazones endurecidos por la ambición. Pero el zorro era escurridizo, se deslizaba entre las sombras y la escarcha, y nunca se detenía lo suficiente para ser visto con claridad. Hasta una noche fatídica. Un cazador llamado Kaelen, amargado y curtido por años de perseguir a la criatura, ideó una trampa como ninguna otra. Entendía la naturaleza del zorro, su vínculo con las estaciones. Colocó su trampa en el corazón del bosque, donde las hojas de otoño se encuentran con la nieve del invierno, y esperó en silencio. Las horas se extendieron hasta la eternidad, el bosque respiraba a su alrededor, hasta que por fin apareció la criatura. Se movía con una gracia extraña y etérea, sus mitades ardientes y heladas brillaban a la luz de la luna. Kaelen contuvo la respiración mientras el zorro se acercaba al cebo. Justo cuando pisó la trampa oculta, sus ojos dorados se encontraron con los suyos. En ese instante, sintió que algo se agitaba en lo más profundo de su ser: una oleada de dolor tan profunda que casi lo hizo caer de rodillas. Pero la determinación del cazador se endureció. Con un sonido metálico, la trampa se cerró de golpe. La maldición de la avaricia Kaelen se acercó triunfante al zorro capturado, pero al acercarse notó algo extraño. El zorro no se resistió ni gruñó. En cambio, lo miró con una expresión tranquila y cómplice. Su voz, suave como la nieve que cae, llenó su mente. —No entiendes lo que has hecho —dijo, y el sonido llevaba el peso de siglos—. El equilibrio que mantengo es frágil. Sin mí, las estaciones rugirán sin control, consumiéndose unas a otras hasta que no quede nada. Kaelen dudó, las palabras del zorro roían los bordes de su codicia. Pero había pasado demasiados años persiguiendo este premio como para echarse atrás ahora. Llevó a la criatura a una aldea lejana, con la intención de venderla al mejor postor. Sin embargo, a medida que pasaban los días, empezaron a suceder cosas extrañas. El bosque detrás de él se marchitó y murió, su calor otoñal dio paso a un invierno implacable. La escarcha se extendía cada día más, arrastrándose hacia las tierras circundantes. Las aldeas fueron tragadas por ventisqueros, sus habitantes huyendo de las garras heladas de un invierno interminable. Kaelen empezó a soñar con el zorro, cuyos ojos dorados lo perseguían con un juicio tácito. “Libérame”, le susurraba en sueños, una y otra vez, hasta que el sonido se volvió insoportable. El triunfo del cazador se convirtió en una culpa purulenta. Se dio cuenta demasiado tarde de que su codicia había puesto en marcha una catástrofe que no podía controlar. La redención Desesperado por enmendar su error, Kaelen regresó al bosque con el zorro. Pero la tierra ya no era la misma. Los vibrantes claros otoñales habían sido devorados por la escarcha, sus hojas ardientes ahora estaban quebradizas y sin vida. La nieve y el hielo cubrían el suelo donde una vez reinó el calor. El zorro, aunque debilitado, levantó la cabeza como si sintiera el cambio. “Hay que restablecer el equilibrio”, dijo con voz débil pero resuelta. “Pero eso tendrá un costo”. Kaelen se arrodilló ante la criatura, con lágrimas helándose en sus mejillas. “¿Qué debo hacer?” El zorro lo miró con sus ojos dorados, con un destello de tristeza en sus profundidades. “Para arreglar el mundo, hay que dar una vida. La elección es tuya”. Sin dudarlo, Kaelen asintió. Sabía que el precio de su codicia solo podía pagarse con su propia vida. El zorro dio un paso adelante, sus mitades ardientes y heladas se fundieron en un resplandor radiante. Cuando lo tocó, Kaelen sintió un calor que se extendía por su pecho, seguido de una calma gélida. Su visión se oscureció y lo último que vio fue al zorro erguido, entero e intacto, mientras el bosque comenzaba a sanar. El legado del guardián del equinoccio El zorro todavía deambula por el bosque, su pelaje ardiente y helado es un recordatorio del frágil equilibrio que protege. Algunos dicen que en la noche del equinoccio, cuando las estaciones se encuentran, se puede escuchar su inquietante grito, un sonido a la vez triste y hermoso, que resuena entre los árboles. Sirve como advertencia, un cuento transmitido de generación en generación: el equilibrio de la naturaleza no es algo que se pueda poseer, sino una fuerza que se debe respetar. Y si alguna vez te encuentras caminando por un bosque donde el otoño se encuentra con el invierno, camina con cuidado. Es posible que veas al Guardián del Equinoccio, observando, esperando, asegurándose de que el mundo permanezca completo. El legado del guardián del equinoccio El zorro todavía deambula por el bosque, su pelaje ardiente y helado es un recordatorio del frágil equilibrio que protege... Adquiera las dos temporadas de Fox Lleve el encanto de esta leyenda a su propio espacio con hermosos productos inspirados en la historia. Ya sea que esté buscando transformar su hogar con un tapiz, una impresión de madera única o un cojín acogedor, tenemos algo para todos los admiradores de la dualidad de la naturaleza. Explore estos artículos exclusivos: Tapiz - Transforma tus paredes con la impactante imagen del zorro que representa las estaciones. Impresión en madera : agregue un toque rústico a su decoración con esta obra de arte única montada en madera. Almohada decorativa : perfecta para crear un rincón acogedor mientras se celebra la belleza de la naturaleza. Rompecabezas : Sumérgete en los detalles de esta magnífica obra de arte con un desafiante rompecabezas. Descubra esto y mucho más en nuestra tienda online .

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The Bark of Experience

por Bill Tiepelman

La corteza de la experiencia

En el pueblo de Altorra, enclavado en el borde de un extenso y antiguo bosque, vivía un hombre llamado Oren. Para los habitantes del pueblo era un recluso, una figura peculiar que rara vez se aventuraba a ir al pueblo salvo para lo imprescindible. Corrían rumores sobre su origen: algunos decían que estaba maldito, otros susurraban que había nacido en el propio bosque. Pero nadie se atrevía a acercarse a su aislada cabaña, donde enredaderas retorcidas y musgo trepaban por las paredes como dedos que quisieran agarrar. La verdad, como suele suceder, era más extraña que cualquiera de sus historias. Oren había vivido siglos y ya no recordaba el año exacto en que había sido "transformado". En su juventud había sido un hombre curioso, fascinado sin cesar por los misterios del mundo. Un día fatídico, se aventuró en el bosque prohibido en busca del mítico Árbol de la Vida, una fuente legendaria de sabiduría y vitalidad infinitas. Después de semanas de vagar, morir de hambre y delirar de sed, lo encontró. Su tronco era increíblemente ancho y sus raíces tan enormes que parecían latir con el latido del corazón de la tierra. El aire a su alrededor brillaba con una neblina dorada y las hojas susurraban secretos que solo los verdaderamente desesperados podían oír. Impulsado por el asombro y un hambre temeraria de conocimiento, Oren extendió la mano para tocar la corteza. En el momento en que su mano hizo contacto, un dolor como el fuego le quemó las venas y se desplomó en el suelo. Cuando despertó, su carne había cambiado: sus manos eran ásperas como la corteza, sus venas como raíces delgadas que se arrastraban bajo su piel. Su reflejo en el agua quieta reveló la verdad: su cuerpo se estaba volviendo uno con el bosque. No era solo el Árbol de la Vida, era el Árbol de la Transformación, que otorgaba sabiduría a costa de la humanidad. Las décadas se convirtieron en siglos. La piel de Oren se volvió más gruesa y se agrietó como la madera antigua. Su cabello se tiñó con la plata de la luz de la luna y el resplandor anaranjado del otoño. Con el tiempo, descubrió que podía oír los susurros del bosque, las voces de cada árbol, cada hoja, cada raíz. Compartían sus secretos: del tiempo, del universo, de las conexiones entre todos los seres vivos. Se convirtió en su guardián, su encarnación viviente. Pero esa sabiduría llegó con el aislamiento. Vivir como parte del bosque significaba dejar atrás el mundo de los hombres. No podía amar, no podía reír, no podía envejecer junto a sus amigos. El pueblo olvidó su nombre y el mundo siguió adelante sin él. Sin embargo, permaneció, testigo silencioso del paso de las estaciones, con su cuerpo enraizado más profundamente con cada año. El encuentro Una tarde, mientras el cielo brillaba con los colores del crepúsculo, una joven se adentró en el bosque. Se llamaba Lyra y era una viajera que huía de una vida de dolor y pérdida. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, se abrieron de par en par cuando vio a Oren de pie entre los árboles. Había oído las historias del Hombre Árbol, pero nunca las creyó. Ahora, allí estaba él, su forma casi indistinguible de los imponentes robles que lo rodeaban, salvo por el sorprendente azul de sus ojos. —¿Quién... quién eres tú? —preguntó ella, con voz temblorosa por el asombro y el miedo. Oren vaciló. Habían pasado décadas desde que alguien le había hablado, y su voz, cuando llegó, era áspera y profunda, como el gemido de un árbol antiguo. "Soy el guardián de este bosque. ¿Qué te trae por aquí, hijo del mundo del más allá?" Lyra le contó su historia: la pérdida de su familia, la traición de un amante, el peso aplastante de la vida que la había llevado a buscar consuelo en el bosque. Mientras hablaba, Oren sintió una punzada que creía muerta hacía tiempo: compasión. Por primera vez en siglos, sintió una conexión con otro ser humano, un hilo frágil que lo ataba de nuevo al mundo que había dejado atrás. —El bosque escucha —dijo en voz baja—. No juzga ni abandona, pero tampoco olvida. Si buscas respuestas, es posible que las encuentres aquí, pero no sin pagar un precio. La elección Lyra dudó: "¿Qué tipo de precio?" —El mismo precio que yo pagué —respondió Oren, levantando la mano para revelar la corteza nudosa que era su piel—. Para obtener la sabiduría del bosque debes renunciar a la vida que conoces. Te convertirás en su guardián, su voz, su protector. Vivirás tanto como los árboles, pero ya no serás completamente humano. Lyra se quedó sin aliento. Miró los árboles que la rodeaban, sus ramas se balanceaban suavemente como si la instaran a unirse a ellos. Pensó en su vida vacía, en la soledad y el dolor que la habían llevado hasta allí. Y luego pensó en la belleza que vio en los ojos de Oren, la fuerza serena de una vida vivida en armonía con algo más grande que uno mismo. "Acepto", susurró. La transformación Oren le puso una mano en el hombro. El bosque pareció exhalar, una cálida luz dorada los envolvió a ambos. Lyra jadeó cuando su piel comenzó a cambiar, sus venas se oscurecieron, su carne se endureció hasta convertirse en corteza. Su cabello brillaba con los tonos del otoño y sus ojos brillaban con una nueva luz. Sintió los susurros de los árboles llenando su mente, su sabiduría fluyendo hacia ella como un río. Por primera vez en siglos, Oren sonrió. Ya no estaba solo. El bosque tenía un nuevo guardián y juntos velarían por sus interminables ciclos de vida y muerte, crecimiento y decadencia. Lyra lo miró y su miedo fue reemplazado por una profunda sensación de paz. Había encontrado su lugar, su propósito, su hogar. Pero a medida que los días se convertían en semanas, Lyra empezó a oír algo que Oren no podía oír: los débiles gritos de los árboles, susurros de una antigua herida enterrada en lo profundo del bosque. Una noche, se aventuró al corazón del bosque, donde las raíces del Árbol de la Vida se retorcían en un hueco cavernoso. Allí lo encontró: una cicatriz en la tierra, una raíz ennegrecida que rezumaba descomposición. Fue entonces cuando comprendió la verdad. El Árbol de la Vida se estaba muriendo y, con él, el bosque. Oren, tan profundamente ligado a su destino, también se marchitaría. Regresó a él, con su nueva sabiduría atemperada por la urgencia. —El bosque no es eterno —dijo con voz firme—. Pero quizá... podamos sanarlo. Los penetrantes ojos azules de Oren se llenaron de algo que Lyra no había esperado: esperanza. Por primera vez en siglos, no solo vio el ciclo de la vida y la muerte, sino la posibilidad de renovación. Juntos, comenzaron la tarea de salvar el bosque; sus vidas entrelazadas eran un testimonio del poder de la conexión, el sacrificio y la fuerza perdurable de la naturaleza misma. Y así, bajo el dosel del fuego del otoño, los guardianes se convirtieron en sanadores, y su historia fue un recordatorio de que incluso frente a la decadencia inevitable, siempre hay una posibilidad de renacer. Celebremos “La corteza de la experiencia” Lleva la magia del viaje de Oren y Lyra a tu espacio con nuestra colección exclusiva inspirada en The Bark of Experience . Explora estos artículos bellamente elaborados para celebrar esta historia atemporal: Tapiz : agregue un impresionante tapiz inspirado en la naturaleza a sus paredes. Tarjeta de felicitación : comparte la belleza y la profundidad de esta historia con tus seres queridos. Cuaderno espiral : deja que la inspiración de la naturaleza y la sabiduría guíen tus pensamientos y creatividad. 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Beard, Boots, and Baby Dragon

por Bill Tiepelman

Barba, botas y bebé dragón

En lo más profundo del corazón del Bosque Widdershins, donde ni siquiera los aventureros más valientes se atrevían a entrar (sobre todo porque los gnomos tenían una higiene pésima), vivía un gnomo barbudo llamado Grimble Stumbletoe. Grimble era famoso por dos cosas: su grosero sentido del humor y su inexplicablemente leal compañero, un dragón diminuto llamado Sizzle. Juntos, eran el tema de los cuentos de taberna, en su mayoría contados por aquellos que habían bebido demasiado y disfrutaban de una buena risa con las travesuras cuestionables de Grimble. La introducción de Sizzle Ahora bien, Sizzle no era un dragón común y corriente. Apenas tenía el tamaño de un gato grande y parecía más como si alguien le hubiera puesto alas a un lagarto gruñón. Cuando Grimble lo encontró por primera vez, acurrucado bajo un hongo venenoso a primera hora de la mañana, las primeras palabras del gnomo fueron: "Bueno, ¿no eres un bicho feo?". A lo que Sizzle respondió prendiéndole fuego la barba de inmediato. —Ah, tiene espíritu —se rió Grimble mientras apagaba las llamas con un golpe de su sucia mano—. Ya me gustas, pequeña amenaza. Y así comenzó el inicio de una hermosa, aunque algo volátil, amistad. Las rutinas diarias de Grimble (o la falta de ellas) Cada mañana, Grimble salía tranquilamente de su árbol ahuecado, se rascaba la barba y respiraba profundamente y con satisfacción el aire del bosque. «¡Ah, huele eso, Sizzle! Huele a libertad. Y posiblemente a un mapache muerto». Luego miraba a Sizzle, quien asentía con solemne comprensión, como si dijera: «Yo también huelo el mapache, Grimble». Para el desayuno, Grimble prefería una dieta de hongos, pan duro y todo lo que pudiera conseguir de las criaturas del bosque, que no estaban muy dispuestas a compartir. “¡Oye, ardilla, eso es mío!”, gritaba, lanzando ocasionalmente una piedra a un ladrón peludo. Sizzle, mientras tanto, practicaba sus habilidades para escupir fuego, tostando insectos y una vez casi incinerando el sombrero de Grimble. “¡Cuidado, geco que escupe fuego!”, decía Grimble, agitando su dedo. “Vuelves a carbonizar mi sombrero favorito y es ardilla asada para la cena”. Encuentros en el bosque Una hermosa tarde, mientras paseaban por una zona de maleza particularmente densa, se encontraron con un aventurero perdido: un joven con una armadura brillante, que parecía fresco como una margarita y tan despistado como una también. —Disculpe, señor —tartamudeó el joven—, ¿ha visto el camino al Gran Templo de los Elfos? Grimble lo miró con una sonrisa irónica y luego se inclinó hacia él, demasiado cerca para su comodidad. —¿El Templo de los Elfos? Ah, claro, está justo al otro lado de esa colina. Solo ten cuidado con los nidos de goblins, el estiércol de trolls y la trampa ocasional que te tendí. —Le guiñó un ojo—. Aunque puede que tarde un poco. Así que, a menos que te apetezca pasar una tarde sacándote piedras del trasero, te sugiero que des la vuelta. —Lo tendré en cuenta —respondió el aventurero, pálido y visiblemente nervioso mientras retrocedía. Una vez que estuvo fuera del alcance auditivo, Grimble se rió entre dientes: "Malditos benefactores. Siempre pensando que están a punto de salvar el mundo o alguna tontería por el estilo". Sizzle dejó escapar un gruñido que sonó sospechosamente como una risa. Travesuras nocturnas Al anochecer, Grimble y Sizzle armaban un campamento. Grimble, que se enorgullecía de ser “uno con la naturaleza” (sobre todo porque era demasiado perezoso para construir un refugio adecuado), se recostaba sobre un trozo de musgo y se acomodaba para pasar la noche, deleitándole a Sizzle con historias de su “glorioso pasado”. —Una vez mantuve a raya a una manada de lobos con solo un palo puntiagudo —se jactó, haciendo grandes gestos—. Eso sí, eran casi tan grandes como un conejo normal, pero los lobos son lobos, ¿no? Sizzle, poco impresionado, resoplaba una pequeña bocanada de fuego. Tenía la costumbre de girar la cabeza como si pusiera los ojos en blanco, lo que solo alentaba a Grimble a exagerar aún más. —Oh, no me mires así. Y de todos modos, no eres un santo, pequeño alborotador de vientre de fuego. ¿Recuerdas la semana pasada cuando quemaste la cabaña de hongos venenosos de la vieja señorita Frumpel? Sizzle miró hacia otro lado, fingiendo inocencia, mientras Grimble se reía entre dientes. “Sí, pero se lo merecía, siempre me señalaba con el dedo y me decía que “cuidara mi lenguaje”. Si quisiera un sermón, ¡hablaría con los malditos búhos!” Las hazañas “heroicas” de Grimble Una noche, se produjo un alboroto en el bosque cercano. Se oyeron gritos, el entrechocar de metales y el inconfundible ruido de algo pesado que se estrellaba contra un árbol. —¡La aventura te llama, Sizzle! —susurró Grimble con un tono exageradamente dramático, sacando su daga oxidada del cinturón—. Veamos si podemos sacar algunas monedas de este desastre. Se escabulleron entre la maleza hasta que encontraron la fuente: una banda de goblins que discutían por un montón de botín reluciente. —¡Eh! —gritó Grimble, saliendo a grandes zancadas de entre los arbustos—. ¿No os enseñaron vuestras madres a no hacer tanto ruido? Los goblins se quedaron paralizados, mirando a la extraña pareja. La estatura poco impresionante de Grimble y el tamaño miniatura de Sizzle hacían que la vista fuera ridícula, pero Grimble no se dejó intimidar. —Ahora, llevaré esa cosa brillante allí, y si me lo pones fácil, no te lanzaré mi dragón. Es una bestia feroz, ¿entiendes? Ante eso, Sizzle dejó escapar un pequeño rugido, apenas un chillido, que solo hizo reír a Grimble. Sin embargo, los goblins no se divirtieron. Con una serie de silbidos y gruñidos, se abalanzaron. La gran batalla (más o menos) Fue un caos absoluto. Los goblins chillaban, Sizzle escupía diminutas llamaradas y Grimble esquivaba a los demás como un acróbata borracho, gritando insultos a cualquiera que se acercara. —¡A eso le llamas un golpe, pobre patata! —gritó, agachándose para esquivar el garrote de un duende—. ¡Mi abuela pelea mejor que tú y lleva muerta tres décadas! Al final, Sizzle logró encender algunos arbustos bien ubicados, lo que hizo que los goblins huyeran asustados. Grimble, jadeante y con un aspecto mucho más triunfante del que tenía derecho a tener, cogió una moneda brillante y escupió sobre ella para pulirla. "Sí, bien peleado, Sizzle", dijo asintiendo. "Seguro que cantarán historias de este día. 'Grimble el valiente y su poderoso dragón', ¡lo llamarán!" Sizzle inclinó la cabeza, claramente escéptico, pero Grimble lo ignoró y guardó en su bolsillo un puñado del botín abandonado de los goblins con una sonrisa alegre. El viaje continúa A la mañana siguiente, Grimble y Sizzle partieron una vez más, como siempre lo hacían, sin ningún destino en particular en mente. “Entonces, Sizzle”, reflexionó Grimble, “¿qué crees que encontraremos hoy? ¿Quizás una damisela en apuros? ¿O tal vez algún tonto rico vagando por el bosque, rogando por perder su bolsa?” Sizzle lo miró de reojo y una bocanada de humo salió de sus fosas nasales como si quisiera decir: "O tal vez solo nos metas en más problemas". Grimble se rió entre dientes, alborotando las escamas del pequeño dragón. "Ah, los problemas son lo que hace que la vida sea interesante, ¿eh?" Con un salto y un andar arrogante, se alejó caminando hacia el bosque, la risa de un viejo gnomo gruñón y los pequeños rugidos de su leal dragón resonando en el bosque. Y así siguieron vagando, el dúo más grosero, divertido y desigual de todo el Bosque Widdershins, para gran terror (y diversión) de todos los que conocieron. Lleva Grimble y Sizzle a casa Si las payasadas de Grimble y el espíritu fogoso de Sizzle te hicieron sonreír, ¿por qué no llevarte un pedacito de sus aventuras a casa? Este dúo deliciosamente travieso está disponible en una gama de productos de alta calidad que agregarán un toque de encanto caprichoso a cualquier espacio. Echa un vistazo a estos productos de Beard, Boots y Baby Dragon , perfectos tanto para los amantes de la fantasía como para los entusiastas del humor: Rompecabezas : Piérdete en el mundo de Grimble pieza por pieza. Tapiz : Transforma tu pared en el corazón de Widdershins Woods con este tapiz vibrante. Impresión en lienzo : perfecta para cualquier habitación que necesite un poco de estilo fantástico. Almohada decorativa : acomódese con la divertida compañía de Grimble y Sizzle. Tanto si eres fanático del humor gnomónico como si simplemente te encanta la idea de un dragón del tamaño de un gato, estos productos te permiten incorporar un poco de Widdershins Woods a tu vida cotidiana. Después de todo, ¿a quién no le vendría bien un poco más de magia y travesuras?

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