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Cuentos capturados

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Ethereal Symphony of Water and Light

por Bill Tiepelman

Sinfonía etérea de agua y luz

El río siempre había sido su vía de escape, un lugar donde el caos del mundo se disolvía en el rítmico fluir del agua sobre las piedras. Allí, en esa cuna intacta de la naturaleza, Elena sentía el tipo de paz que imaginaba que solo podía existir en sueños. Pero esa noche, el río estaba vivo de una manera que nunca antes había visto. Cuando los últimos rayos dorados del sol poniente se abrieron paso a través de las nubes tormentosas, los vio: dos figuras que nunca había visto antes. No eran humanos, aunque se movían como amantes perdidos en la música de sus respectivas almas. Estaban hechos de agua, sus cuerpos brillaban y se arremolinaban, dejando tras de sí gotitas que parecían lágrimas de alegría. Elena se quedó sin aliento. Bailaban en perfecta armonía, sus movimientos eran fluidos, sin esfuerzo, eternos. Se acercó un paso más y sus botas se hundieron en el blando barro de la orilla del río. El sonido del agua, el mismo río que había conocido toda su vida, ahora parecía diferente. Era más profundo, más rico, como si la corriente llevara una melodía antigua que recién ahora podía comenzar a escuchar. Las figuras giraban y se hundían, sus brazos se fusionaban en olas, sus piernas se rompían en cascadas que se reconstituían ante sus ojos. Eran impresionantes e increíblemente hermosas, y se sintió como una intrusa en su momento sagrado. Elena no supo cuánto tiempo permaneció allí, observando. El tiempo mismo parecía detenerse, o tal vez ella simplemente se había convertido en parte del ritmo, arrastrada por la corriente de su historia no contada. La figura masculina, más alta y ancha, se movía con una fuerza protectora, cada gesto deliberado y poderoso. La forma femenina, ágil y grácil, bailaba con una vulnerabilidad que parecía desafiar el flujo del río, sometiéndolo a su voluntad. Juntos, eran un equilibrio de opuestos: caos y control, salvajismo y orden, destrucción y creación. Eran el río, personificado, vivo. De repente, la figura masculina se detuvo y su mano líquida se estiró hacia el rostro de su compañera. Ella se giró hacia él y, por primera vez, Elena vio algo más que agua y luz en sus formas. Vio amor: crudo, doloroso e infinito. El tipo de amor que deja cicatrices en el alma, incluso cuando es hermoso. La figura femenina vaciló, su cuerpo se onduló como si estuviera indecisa, y luego se inclinó hacia su toque. Sus frentes se encontraron y, por un momento, el río se calmó. Las cascadas del fondo se suavizaron hasta convertirse en un susurro. Incluso el viento contuvo la respiración. A Elena le dolía el corazón. No entendía por qué, pero así era. Era como si estuviera presenciando algo profundamente privado, un momento del que nunca podría ser parte, pero que de alguna manera también le pertenecía. Pensó en Daniel; su solo nombre era una ola que se estrellaba contra su frágil paz. Habían pasado años desde que se fue, pero el dolor tiene una forma de vivir dentro de ti, enroscándose alrededor de tus huesos y haciendo un hogar en tu pecho. Al observar las figuras, sintió ese dolor familiar de nuevo, pero esta vez era diferente. Esta vez, no era sofocante. Era… curativo. Tan de repente como se habían quedado quietos, las figuras volvieron a moverse. El macho hizo girar a la hembra, y su forma se alargó hasta formar una espiral de gotas que brillaban como diamantes en la luz que se desvanecía. El sol se hundía rápidamente y el vibrante resplandor ámbar se transformaba en índigos y púrpuras profundos. Bailaban más rápido, sus movimientos se volvían más salvajes, más desesperados, como si estuvieran corriendo contra el tiempo. Elena quería llamarlos, decirles que fueran más despacio, que saborearan el momento, pero la voz se le quedó atrapada en la garganta. Y entonces sucedió. La figura femenina comenzó a disiparse, su forma se desintegró en corrientes de agua más pequeñas. El hombre intentó sujetarla, sus brazos eran un torrente de olas que se extendían, agarraban, pero fue inútil. Ella se estaba convirtiendo en el río de nuevo, su esencia se fusionaba con la corriente, su presencia se desvanecía. No emitió ningún sonido, pero la forma en que su forma se derrumbó, estrellándose contra el río como una cascada que se encuentra con las rocas de abajo, habló de un dolor que trascendió las palabras. El río rugió en respuesta, como si estuviera de luto con él, las aguas subieron y se agitaron en el caos. Elena cayó de rodillas, con lágrimas corriendo por su rostro. No sabía por qué lloraba, solo que verlo solo, con su cuerpo resplandeciente bajo la primera luz de la luna, era más de lo que podía soportar. Lentamente, la figura masculina se giró hacia ella. Por un momento, sus ojos se encontraron, si es que los ojos podían existir en un cuerpo de agua. Ella sintió su dolor, su anhelo y algo más. Gratitud. Como si él supiera que ella había estado allí para presenciar ese momento, para llevar adelante su historia. Y entonces, como su compañero antes que él, se disolvió. El río volvió a su cauce normal, las cascadas cayeron como siempre, la niebla se elevó suavemente en el aire nocturno. Pero el río no era el mismo. Elena no era la misma. Se quedó allí mucho tiempo después de que las figuras se hubieran ido, el agua fría lamiendo sus dedos, su historia grabada en su alma. No sabía qué traería el día siguiente, pero sabía una cosa: volvería a ese lugar, a ese río, y llevaría su recuerdo con ella. Porque algunos momentos, algunas historias, son demasiado sagradas para olvidarlas. Lleva la belleza a casa Lleve la encantadora historia de la "Sinfonía etérea de agua y luz" a su vida diaria con productos asombrosos inspirados en esta obra de arte sobrecogedora. Ya sea que desee decorar su espacio o llevarse un poco de esta magia serena, explore estos artículos exclusivos disponibles ahora: Impresión en madera : agregue un toque rústico y elegante a su hogar con esta impresionante impresión en madera. Tapiz – Transforma tus paredes en una ventana a otro mundo con este tapiz vibrante. Toalla de playa : lleva la elegancia de esta obra de arte a tus aventuras junto al mar. Toalla de playa redonda : disfrute de la comodidad con una obra de arte que irradia tranquilidad y belleza. Deja que esta obra de arte sirva como recordatorio de la fluidez y la gracia de la vida, dondequiera que vayas.

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The Bark of Experience

por Bill Tiepelman

La corteza de la experiencia

En el pueblo de Altorra, enclavado en el borde de un extenso y antiguo bosque, vivía un hombre llamado Oren. Para los habitantes del pueblo era un recluso, una figura peculiar que rara vez se aventuraba a ir al pueblo salvo para lo imprescindible. Corrían rumores sobre su origen: algunos decían que estaba maldito, otros susurraban que había nacido en el propio bosque. Pero nadie se atrevía a acercarse a su aislada cabaña, donde enredaderas retorcidas y musgo trepaban por las paredes como dedos que quisieran agarrar. La verdad, como suele suceder, era más extraña que cualquiera de sus historias. Oren había vivido siglos y ya no recordaba el año exacto en que había sido "transformado". En su juventud había sido un hombre curioso, fascinado sin cesar por los misterios del mundo. Un día fatídico, se aventuró en el bosque prohibido en busca del mítico Árbol de la Vida, una fuente legendaria de sabiduría y vitalidad infinitas. Después de semanas de vagar, morir de hambre y delirar de sed, lo encontró. Su tronco era increíblemente ancho y sus raíces tan enormes que parecían latir con el latido del corazón de la tierra. El aire a su alrededor brillaba con una neblina dorada y las hojas susurraban secretos que solo los verdaderamente desesperados podían oír. Impulsado por el asombro y un hambre temeraria de conocimiento, Oren extendió la mano para tocar la corteza. En el momento en que su mano hizo contacto, un dolor como el fuego le quemó las venas y se desplomó en el suelo. Cuando despertó, su carne había cambiado: sus manos eran ásperas como la corteza, sus venas como raíces delgadas que se arrastraban bajo su piel. Su reflejo en el agua quieta reveló la verdad: su cuerpo se estaba volviendo uno con el bosque. No era solo el Árbol de la Vida, era el Árbol de la Transformación, que otorgaba sabiduría a costa de la humanidad. Las décadas se convirtieron en siglos. La piel de Oren se volvió más gruesa y se agrietó como la madera antigua. Su cabello se tiñó con la plata de la luz de la luna y el resplandor anaranjado del otoño. Con el tiempo, descubrió que podía oír los susurros del bosque, las voces de cada árbol, cada hoja, cada raíz. Compartían sus secretos: del tiempo, del universo, de las conexiones entre todos los seres vivos. Se convirtió en su guardián, su encarnación viviente. Pero esa sabiduría llegó con el aislamiento. Vivir como parte del bosque significaba dejar atrás el mundo de los hombres. No podía amar, no podía reír, no podía envejecer junto a sus amigos. El pueblo olvidó su nombre y el mundo siguió adelante sin él. Sin embargo, permaneció, testigo silencioso del paso de las estaciones, con su cuerpo enraizado más profundamente con cada año. El encuentro Una tarde, mientras el cielo brillaba con los colores del crepúsculo, una joven se adentró en el bosque. Se llamaba Lyra y era una viajera que huía de una vida de dolor y pérdida. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, se abrieron de par en par cuando vio a Oren de pie entre los árboles. Había oído las historias del Hombre Árbol, pero nunca las creyó. Ahora, allí estaba él, su forma casi indistinguible de los imponentes robles que lo rodeaban, salvo por el sorprendente azul de sus ojos. —¿Quién... quién eres tú? —preguntó ella, con voz temblorosa por el asombro y el miedo. Oren vaciló. Habían pasado décadas desde que alguien le había hablado, y su voz, cuando llegó, era áspera y profunda, como el gemido de un árbol antiguo. "Soy el guardián de este bosque. ¿Qué te trae por aquí, hijo del mundo del más allá?" Lyra le contó su historia: la pérdida de su familia, la traición de un amante, el peso aplastante de la vida que la había llevado a buscar consuelo en el bosque. Mientras hablaba, Oren sintió una punzada que creía muerta hacía tiempo: compasión. Por primera vez en siglos, sintió una conexión con otro ser humano, un hilo frágil que lo ataba de nuevo al mundo que había dejado atrás. —El bosque escucha —dijo en voz baja—. No juzga ni abandona, pero tampoco olvida. Si buscas respuestas, es posible que las encuentres aquí, pero no sin pagar un precio. La elección Lyra dudó: "¿Qué tipo de precio?" —El mismo precio que yo pagué —respondió Oren, levantando la mano para revelar la corteza nudosa que era su piel—. Para obtener la sabiduría del bosque debes renunciar a la vida que conoces. Te convertirás en su guardián, su voz, su protector. Vivirás tanto como los árboles, pero ya no serás completamente humano. Lyra se quedó sin aliento. Miró los árboles que la rodeaban, sus ramas se balanceaban suavemente como si la instaran a unirse a ellos. Pensó en su vida vacía, en la soledad y el dolor que la habían llevado hasta allí. Y luego pensó en la belleza que vio en los ojos de Oren, la fuerza serena de una vida vivida en armonía con algo más grande que uno mismo. "Acepto", susurró. La transformación Oren le puso una mano en el hombro. El bosque pareció exhalar, una cálida luz dorada los envolvió a ambos. Lyra jadeó cuando su piel comenzó a cambiar, sus venas se oscurecieron, su carne se endureció hasta convertirse en corteza. Su cabello brillaba con los tonos del otoño y sus ojos brillaban con una nueva luz. Sintió los susurros de los árboles llenando su mente, su sabiduría fluyendo hacia ella como un río. Por primera vez en siglos, Oren sonrió. Ya no estaba solo. El bosque tenía un nuevo guardián y juntos velarían por sus interminables ciclos de vida y muerte, crecimiento y decadencia. Lyra lo miró y su miedo fue reemplazado por una profunda sensación de paz. Había encontrado su lugar, su propósito, su hogar. Pero a medida que los días se convertían en semanas, Lyra empezó a oír algo que Oren no podía oír: los débiles gritos de los árboles, susurros de una antigua herida enterrada en lo profundo del bosque. Una noche, se aventuró al corazón del bosque, donde las raíces del Árbol de la Vida se retorcían en un hueco cavernoso. Allí lo encontró: una cicatriz en la tierra, una raíz ennegrecida que rezumaba descomposición. Fue entonces cuando comprendió la verdad. El Árbol de la Vida se estaba muriendo y, con él, el bosque. Oren, tan profundamente ligado a su destino, también se marchitaría. Regresó a él, con su nueva sabiduría atemperada por la urgencia. —El bosque no es eterno —dijo con voz firme—. Pero quizá... podamos sanarlo. Los penetrantes ojos azules de Oren se llenaron de algo que Lyra no había esperado: esperanza. Por primera vez en siglos, no solo vio el ciclo de la vida y la muerte, sino la posibilidad de renovación. Juntos, comenzaron la tarea de salvar el bosque; sus vidas entrelazadas eran un testimonio del poder de la conexión, el sacrificio y la fuerza perdurable de la naturaleza misma. Y así, bajo el dosel del fuego del otoño, los guardianes se convirtieron en sanadores, y su historia fue un recordatorio de que incluso frente a la decadencia inevitable, siempre hay una posibilidad de renacer. Celebremos “La corteza de la experiencia” Lleva la magia del viaje de Oren y Lyra a tu espacio con nuestra colección exclusiva inspirada en The Bark of Experience . Explora estos artículos bellamente elaborados para celebrar esta historia atemporal: Tapiz : agregue un impresionante tapiz inspirado en la naturaleza a sus paredes. Tarjeta de felicitación : comparte la belleza y la profundidad de esta historia con tus seres queridos. Cuaderno espiral : deja que la inspiración de la naturaleza y la sabiduría guíen tus pensamientos y creatividad. Impresión acrílica : mejore su espacio con una pieza artística vibrante y duradera. Cada producto es un homenaje a la resiliencia de la naturaleza, la sabiduría del tiempo y la belleza de la transformación. Deja que estas piezas te recuerden el significado más profundo de la historia y su conexión con nuestro propio viaje a través de las estaciones de la vida. Visita nuestra tienda para explorar más y hacer de esta historia parte de tu mundo.

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The Floral Jester's Solitude

por Bill Tiepelman

La soledad del bufón floral

Érase una vez (porque todo parece empezar con “Érase una vez” y no voy a romper la tradición) un payaso. Y no del tipo divertido. Sin globos, sin narices graznantes, solo un bufón muy deprimido sentado en una silla que parecía robada de la casa de una abuela de los años 50. Ya saben, de esos con demasiadas flores y ese olor cuestionable a lavanda y... arrepentimiento. El payaso, cuyo nombre probablemente era algo ridículo como “Bingo” o “Sparkles”, se quedó allí sentado durante días. O tal vez años. Es difícil saberlo cuando tus únicos compañeros son flores que huelen mejor que tú y zapatos que son dos tallas más grandes. No estaba muy seguro de cómo terminó en esta prisión floral, pero tenía la sensación de que se trataba de un trago de tequila de más y un desafío que salió terriblemente mal. Los payasos, después de todo, no eran conocidos por sus decisiones de vida. Sparkles (así lo llamaremos) se hundió más en el mullido sillón, como un triste saco de patatas con un chándal de terciopelo, y suspiró. Y no fue un suspiro tierno, sino más bien el tipo de sonido que emites cuando te das cuenta de que tienes que pagar la tarjeta de crédito y has estado comprando artículos de "cuidado personal" a influencers online durante tres semanas seguidas. Sí, Sparkles estaba cansado. Y no solo porque "necesito una siesta"; no, estaba agotado, destrozado, con una crisis existencial. El tipo de cansancio que surge de una vida de sonrisas pintadas y caídas, todo mientras tu monólogo interno grita "¿Por qué me molesto?". Las flores no ayudaban. Eran demasiado alegres, demasiado brillantes, como esa gente que siempre te dice que “mira el lado bueno”. Si Sparkles tuviera un dólar por cada vez que alguien le decía eso, no estaría sentado en esa horrible silla. Estaría en una mansión en algún lugar, probablemente todavía miserable, pero al menos tendría un buen Wi-Fi. Miró los pétalos a su alrededor, floreciendo con una alegría vibrante y desagradable, y se preguntó si se estarían burlando de él. Si las flores pudieran reír, estas sonarían como una mala pista de risa de una comedia de los 90. “Oh, mírate, Sparkles”, parecían susurrar, “sentada allí toda deprimida mientras nosotros estamos aquí afuera prosperando. Patético”. Pero no fue su culpa. Lo intentó, ¿vale? Intentó todo eso de ser un "payaso feliz", pero resulta que una persona solo puede usar una determinada cantidad de purpurina y de narices rojas antes de que el peso aplastante del absurdo se instale en ella. ¿Y ahora? Bueno, ahora era solo un tipo raro con la cara pintada, sentado solo en una silla que gritaba "me he rendido" más fuerte que su última relación. Pero las flores no eran lo único raro. Había un olor extraño. No venía de él, aunque, seamos honestos, no estaba exactamente fresco. No, este olor era más... ¿floral? ¿Pero también un poco como el de los calcetines viejos? Del tipo que encuentras en el fondo de tu bolso de gimnasia y que han estado ahí desde la última vez que hiciste ejercicio, que fue, seamos sinceros, en 2017. Sparkles arrugó la nariz y miró a su alrededor. ¿Tal vez era la silla? ¿La silla siempre había olido así? Definitivamente había visto algunas cosas. Estaba bastante seguro de que si pudiera hablar, contaría historias que lo harían sonrojar. Y él era un payaso. Sonrojarse era prácticamente parte del uniforme. Una de las flores, una rosa de aspecto particularmente presumido, se balanceó suavemente como si dijera: “¿Qué, pensabas que esto iba a mejorar? Cariño, eres un payaso en una silla de flores. Simplemente acepta la rareza”. Y honestamente, ese fue un buen consejo. Sparkles respiró profundamente, o al menos tan profundamente como puedes cuando llevas pantalones de satén que chirrían cada vez que te mueves. Decidió en ese momento que dejaría de importarle. Si las flores querían burlarse de él, bien. Si sus zapatos eran demasiado grandes, lo mismo daba. Si estaba sentado en lo que parecía la sala de estar de un artista de circo retirado que tenía una obsesión enfermiza con los patrones florales, que así fuera. Él era Sparkles, maldita sea, y si esta era su vida ahora, iba a aprovecharla al máximo. Se agachó y agarró una de las dalias gigantescas que tenía a su lado. —Oye —le murmuró—, te vienes conmigo. La flor no se resistió (porque, seamos realistas, era una flor). La guardó en el bolsillo de su llamativa chaqueta, lo que le dio un toque de estilo. Si iba a ser un payaso triste en una silla ridícula, al menos podía usar algún accesorio. Y eso fue todo. Sparkles, ahora con una nueva sensación de apatía desafiante, se sentó, cruzó sus enormes pies y miró fijamente a lo lejos, esperando lo que viniera después. Probablemente más flores. O tal vez una siesta. De cualquier manera, no se iría a ninguna parte en un futuro cercano. La silla lo había reclamado y, honestamente, estaba bien con eso. Después de todo, no fue lo peor que le había pasado. Ese honor le correspondió a la vez que intentó hacer malabarismos con motosierras en una despedida de soltera. Pero esa es una historia para otro día. La balada de Sparkles el payaso Oh, Sparkles el payaso, en su desesperación floral, Se sienta hundido en una silla que huele peor que el aire. Sus zapatos son demasiado grandes, su vida es una triste broma, Y sus pantalones de satén chirriaban cada vez que hablaba. “¿Qué demonios pasó? ¿Dónde salió mal?” Se pregunta mientras tira de la pernera de su pantalón. ¿Fue por el alcohol? ¿Por el tequila? ¿Por los chupitos? ¿O aquella vez con las motosierras? (Se olvida de muchas cosas). —Las flores están presumidas —susurra Sparkles con despecho. “Se burlan de mí, se burlan de mí, con colores tan brillantes”. Esas rosas, esas dalias, esas flores llenas de alegría, Él los miró a todos con una mueca cínica. “Oh, claro, te ves feliz, tan regordeta y tan exuberante”. ¡Pero tú no tienes ni idea de lo que es ser un blando! Se acomodó los volantes y la nariz, Y murmuró algunos insultos a la maldita rosa feliz. Su cabello era como algodón, su sonrisa era un desastre, Pero supongo que al payaso Sparkles ya no le importaba. Había perdido la esperanza, lo había tirado todo al viento, Y se quedó allí sentado como si fuera ropa que nadie se hubiera molestado en centrifugar. "Al diablo", dijo, con una risita y un resoplido. "Soy un payaso en una silla. ¿Qué más puedo cortejar?" Cruzó sus gordos pies, se reclinó y se encogió de hombros. Y susurró: “La vida es corta. Digamos todos simplemente: ¡bicho!”. Así que Sparkles se quedó allí, en su capullo floral, Un payaso en un rincón, tarareando alguna melodía. Si algún día lo encuentras, no le preguntes qué le pasa. Está ocupado sin preocuparse. (¿Y las flores? Todavía fuertes.) ¿Te sientes inspirada por la crisis existencial con infusión floral de Sparkles? ¿O tal vez solo necesitas algo para alegrar tu hogar que grite "Me he rendido, pero que sea de moda"? De cualquier manera, puedes traer un poco de esa energía peculiar de payaso a tu vida. Echa un vistazo a los cojines que amortiguarán tu propio autodesprecio, o toma una manta de polar para envolverte mientras reflexionas sobre tus malas decisiones de vida. Si eres más del tipo artístico (y seamos sinceros, ¿no estamos todos fingiendo serlo?), cuelga una impresión en madera de Sparkles en tu pared y deja que te juzgue desde la esquina de la habitación. Y para aquellos que realmente quieren llevar al payaso a donde quiera, incluso hay una elegante bolsa de mano , porque nada dice "Ya lo superé" como llevar tus compras con un payaso triste a tu lado. ¡Compra ahora y acepta la rareza!

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The Butterfly Collector - Fragments of Forgotten Childhood

por Bill Tiepelman

El coleccionista de mariposas - Fragmentos de una infancia olvidada

El coleccionista de mariposas Darla siempre había sido un poco... rara. El tipo de rareza que hacía que sus vecinos revisaran sus cerraduras por la noche y susurraran rumores sobre su espeluznante colección de muñecas antiguas. Pero a Darla no le importaba. De hecho, disfrutaba de ello. Siempre había sido una rara, orgullosa dueña de un cuervo disecado llamado Reginald y una pared de cabezas de muñecas antiguas con ojos ahuecados que parecían seguir a los visitantes por su casa. Una tarde, cuando la luz del exterior se desvanecía en un crepúsculo violáceo, Darla se paró frente al espejo y admiró su última adquisición: una muñeca que había encontrado en un mercado de pulgas, desgastada por el tiempo y más que un poco inquietante. Sus ojos no coincidían: uno era azul y el otro negro como la noche. "Encajarás perfectamente", murmuró Darla, colocando la muñeca en el estante, dándole un lugar privilegiado entre las demás. Esa noche, se fue a la cama sin pensar en nada en particular. Tal vez en qué marca de mantequilla de maní era mejor, o por qué su vecina aún no le había devuelto su cortadora de césped. Solo cosas mundanas. Pero mientras se quedaba dormida, un leve ruido de rasguño la sacó del borde de un sueño. —Probablemente Reginald se cayó de la repisa de la chimenea otra vez —se quejó, apretando más la manta. Pero los rasguños continuaron. Esta vez más fuerte. Darla se sentó en la cama y miró hacia la puerta. Estaba entreabierta, aunque estaba segura de que la había cerrado antes de dormir. Entonces se oyó un susurro, débil, como la voz de un niño arrastrada por el viento: "¿Te acuerdas de mí?" . Darla se quedó paralizada. Parpadeó, se frotó los ojos, pensando que todavía estaba medio soñando. Pero cuando se miró en el espejo del otro lado de la habitación, vio que la muñeca (la de los ojos desiguales) ya no estaba en el estante. Estaba sobre su tocador, con una de sus alas rotas desplegándose lentamente, revelando rostros pálidos que se asomaban a través de la tela hecha jirones. —Eso sí que es nuevo —murmuró para sí misma, intentando contener el pánico. La muñeca, que de alguna manera se había convertido en polilla, agitó sus alas dañadas y cada golpe levantó el polvo de años olvidados. De la superficie de las alas surgieron rostros: rostros de niños. Sus diminutas bocas de porcelana se abrieron como si estuvieran jadeando en busca de aire. —Debes estar bromeando —dijo Darla, frotándose las sienes—. Polillas. Por supuesto. ¿Por qué no? Agreguemos las muñecas de polilla a mi lista de problemas esta noche. La criatura revoloteó hacia ella y el sonido crepitante de sus frágiles alas llenó la habitación. Se posó al final de su cama y la miró con sus ojos desiguales: uno grande e inocente, el otro oscuro y hundido, como un pequeño abismo del tamaño de una muñeca. Darla suspiró y puso los ojos en blanco. —Entonces, ¿qué? ¿Estás aquí para atormentarme? Eres una polilla y una muñeca... un poco patética, ¿no crees? —bromeó, mientras tomaba el vaso de agua que estaba junto a su cama—. Mira, no me da miedo una muñeca rara que parece que trabaja en una mala película de terror. Escúpelo de una vez. ¿Qué quieres? Las alas de la muñeca se movieron y su pequeño cuerpo atado con un moño se movió como si se estuviera preparando para hablar. Sus diminutos labios se movieron, pero no salió ningún sonido. Solo el mismo susurro: "¿Te acuerdas de mí?" Darla entrecerró los ojos y se inclinó hacia mí. —En serio, no lo sé. ¿Te eché de menos en el mercado de pulgas o algo así? La polilla dejó escapar un suspiro exasperado, ¡un suspiro!, como si Darla no se tomara este fantasma tan en serio como quería. Una de las caras en su ala, una particularmente espeluznante con ojos muy abiertos y fijos, susurró de nuevo, esta vez con más claridad: "Nos olvidaste... pero nosotros no te olvidamos". Darla parpadeó. “Oh, debes estar bromeando. No se trata de ese incidente de la fiesta del té con muñecas de 1989, ¿verdad?” La polilla agitó sus alas amenazadoramente, o al menos lo intentó. En realidad, parecía como si estuviera sufriendo una convulsión leve. Darla reprimió una risita. “¿Me estás diciendo que todo este acto espeluznante se debe a que abandoné una fiesta de té? Necesitan terapia. Tenía, ¿qué? ¿Seis años? Fue mi culpa por seguir adelante con mi vida. Deberías haberlo visto venir cuando descubrí Pokémon”. Pero la muñeca polilla no se divirtió. Se abalanzó sobre ella, agarrando su manta con sus pequeñas manos de porcelana mientras agitaba sus alas podridas con frustración. Una de las alas se rompió levemente y un botón se cayó con un pequeño ruido metálico . —No, no, el botón no. ¿Cómo voy a sobrevivir? —dijo Darla con cara seria, levantando la muñeca polilla por su pequeño y desaliñado cuerpo. La colocó con cuidado sobre su tocador—. Escucha, te traeré un poco de pegamento instantáneo por la mañana. Tal vez te dé algunos puntos. Pero tienes que dejar de hablar del "fantasma vengador de mi infancia". Es demasiado, incluso para mí. La polilla se quedó allí sentada, con las alas colgando, como si estuviera contemplando toda su existencia. Tal vez se dio cuenta de que había calculado muy mal su estrategia de inquietante persecución. Tal vez entendió que Darla, de entre todas las personas, no era la mejor opción para una víctima. —Buena conversación —dijo Darla, ahuecando la almohada y volviendo a acostarse—. Ahora vete a enfurruñarte a otro lado. Tengo trabajo mañana por la mañana. La muñeca-polilla dio un último y lastimero aleteo antes de retirarse a su estante, donde permaneció sentada tranquilamente entre las otras muñecas olvidadas. Mientras Darla se volvía a dormir, podría haber jurado que oyó a Reginald, el cuervo disecado, soltar una carcajada. Tal vez él estaba tan divertido como ella con la situación.

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Metropolis Mirage: The Chroma Confluence

por Bill Tiepelman

Metropolis Mirage: La confluencia de Chroma

Era una mañana brumosa cuando Alex se puso su máscara de cara sonriente, de esas que inquietan más que alegran. Debajo de la fachada, sus ojos brillaban con picardía mientras caminaba por las calles desiertas de Eldritch Avenue. La ciudad estaba anormalmente tranquila, el silencio solo se veía interrumpido por ecos distantes y sus pasos. El aire estaba denso por la niebla, tan densa que parecía tragarse las fachadas desmoronadas de los edificios que bordeaban la calle. Alex se detuvo en un paso de peatones, un lugar común y corriente donde algo extraordinario estaba a punto de suceder. Mientras esperaba la señal que nunca parecía llegar, el suelo bajo sus pies empezó a vibrar levemente. No era el temblor de la tierra que uno esperaría, sino más bien una pulsación, como el latido del corazón de la ciudad misma. Sin previo aviso, de su espalda surgió una cascada de alas fractales que se desplegaron con un floreo de colores que atravesó la mañana gris. Cada pluma era un tapiz de tonos vibrantes que se arremolinaba en patrones que desafiaban la monotonía del entorno. Los transeúntes, pocos y distantes entre sí, se detuvieron en seco, y el espectáculo rompió la monotonía matutina. —Llegamos tarde al baile de máscaras, ¿no? —dijo una voz entre risas desde las sombras. Alex se giró y vio una figura apoyada contra la pared, envuelta en un abrigo andrajoso y con el rostro oculto por la capucha—. ¿O es solo otro día haciendo alarde de tus colores en el mundo de la escala de grises? La respuesta de Alex fue una mueca, y la sonrisa perpetua de su máscara se profundizó con genuina diversión. "Solo estoy animando el viaje matutino", respondió con voz apagada pero clara. "¿Te gustaría unirte al desfile?" El extraño se apartó de la pared y se acercó a Alex con un paso que coincidía con el ritmo de los fractales pulsantes. "Oh, estaba esperando una invitación", dijo con un tono de voz juguetón. Juntos, entraron en el paso de peatones, las alas fractales iluminaron su camino, proyectando sombras espeluznantes que bailaban a lo largo de los autos abandonados y las tiendas cerradas. Mientras caminaban, la ciudad parecía despertar, agitada por la energía de la vibrante exhibición de Alex. Pero había algo más: un susurro en las sombras, una risa que se prolongó demasiado tiempo, como si la ciudad misma estuviera participando de una broma que Alex aún no había entendido. A medida que se adentraban en el corazón de la ciudad, las alas fractales que se encontraban detrás de Alex revoloteaban con vida propia y proyectaban luces caleidoscópicas sobre los edificios envueltos en niebla. El extraño, cuya presencia ahora se sentía tan integral como la máscara que cubría el rostro de Alex, lo guió por callejones que giraban y daban vueltas como los patrones que tenía en la espalda. De vez en cuando, el extraño se detenía, señalaba una pared anodina o un pavimento roto y susurraba: "Observa". Cuando se lo ordenaba, esos elementos ordinarios brillaban brevemente y revelaban murales ocultos de fractales en espiral que imitaban las alas de Alex o emitían sonidos que convertían el silencio en una sinfonía de susurros. Era como si la ciudad misma se estuviera transformando, desprendiéndose de su lúgubre exterior para revelar un lienzo de infinitas posibilidades. —¿Qué es este lugar? —preguntó Alex, con una mezcla de asombro y cautela en su voz. —Un espejismo —respondió el desconocido, en un tono serio y burlón a la vez—. Un lugar entre las grietas de lo real y lo imaginario. Tú aportas color; yo aporto visión. Juntos, despertamos a la ciudad dormida. Mientras hablaban, el aire se volvió más frío y la niebla se espesó hasta convertirse en una cortina casi palpable. Las luces de la calle parpadeaban como si lucharan por mantener su brillo contra la oscuridad que se acercaba. Alex sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, pero su curiosidad lo impulsó a adentrarse más en el corazón del espejismo. Llegaron a una plaza abierta, donde la niebla se disipó de repente y el paisaje urbano se extendió como un océano monocromático. Allí, los fractales de las alas de Alex se elevaron hacia el cielo, entrelazándose con las nubes, creando un espectáculo que desdibujó las líneas entre el cielo y la piedra. Pero cuando el espectáculo alcanzó su clímax, un gruñido bajo resonó por la plaza, retorciéndose con malicia. Las sombras se acumularon alrededor de sus pies como tinta, y la máscara de cara sonriente ya no parecía un escudo sino un faro, atrayendo una atención que ya no querían. —A la ciudad le gusta tu color, pero también tu miedo —murmuró el extraño, con una sonrisa burlona en la voz—. No te preocupes, solo se está alimentando del drama que traes. Baila, Alex, deja que la ciudad se deleite con algo más que gris. Con un gesto, el extraño desapareció entre las sombras, dejando a Alex solo en la plaza, con solo sus alas radiantes y la oscuridad que se arrastraba como compañeros. La risa volvió, más fuerte ahora, una sinfonía de espeluznante deleite. Alex respiró profundamente y, mientras bailaba, sus alas pintaron la oscuridad con luz; cada paso era un desafío, cada remolino un reto. La ciudad observaba, más hambrienta que antes, pero esa noche, disfrutaría de un espectáculo de color y coraje. La noche avanzaba y la oscuridad retrocedía, impresionada o apaciguada, nadie podía decirlo. A medida que se acercaba el amanecer, los fractales se plegaban suavemente detrás de Alex y la sonrisa de la máscara parecía un poco más amplia. La ciudad estaba tranquila de nuevo, pero había saboreado el color y algo le decía a Alex que las mañanas grises nunca volverían a ser lo mismo. 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