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Cuentos capturados

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The Water Wisp's Repose

por Bill Tiepelman

El reposo de la brizna de agua

Era un suave crepúsculo cuando Eleanor decidió que era necesario cuidar las caléndulas. Con su regadera en mano, deambuló por el sendero adoquinado que conducía a su preciado jardín, un lienzo exuberante de los tonos más vívidos de la naturaleza. El sol, un tímido disco escarlata, se hundía bajo el horizonte, pintando el cielo con pinceladas de naranja y púrpura. Al llegar al enclave verde, Eleanor sintió un susurro de aire, un indicio sutil de que esta noche no era como las demás. El jardín estaba en plena floración, una orquesta de pétalos y hojas interpretando una sinfonía para los sentidos. Eleanor comenzó su ritual, bañando el suelo sediento con agua vivificante, cada gota reflejaba el crepúsculo como pequeñas linternas suspendidas. Fue en medio de este armonioso interludio que notó un brillo peculiar junto a la vieja pila para pájaros, donde no se había derramado agua. Atraída por el brillo, Eleanor se acercó y se encontró mirando los ojos curiosos de una criatura a la vez extravagante y familiar. Allí, apoyada contra el desgastado grifo, había un hada no más grande que un gorrión, con sus alas como un delicado entramado de luces y sombras. Los ojos del hada, vastos charcos de curiosidad, sostenían a Eleanor en una mirada que hablaba de bosques antiguos y susurraba cuentos de antaño. “Buenas noches”, dijo el hada, su voz era una melodía que resonaba con el susurro de las hojas a su alrededor. “Espero que no te importe que descanse aquí. El aura de tu jardín es muy rejuvenecedora y he viajado muy lejos”. Eleanor, una vez sorprendida, sintió que una serenidad inexplicable la invadía, como si el jardín mismo la hubiera preparado para este momento de magia. Eleanor, aunque desconcertada por el hada parlante, sintió un sentimiento de honor. “De nada aquí”, respondió ella, con voz firme, envalentonada por la presencia del invitado mágico del jardín. “Pero nunca antes había visto algo así. ¿Hay más de ustedes? El hada se rió, con un sonido como de campanadas en una suave brisa, y sacudió la cabeza. “Somos muchos, pero rara vez nos vemos. Revoloteamos por el mundo sin ser vistos, cuidadores de la belleza invisible de la naturaleza. Esta noche, tu amabilidad me ha dado fuerza y, a cambio, compartiré un secreto”. Con un gesto de su mano, el hada hizo una señal a Eleanor para que se acercara al grifo, del que ahora goteaba un agua tan pura y luminosa que parecía imbuida de la esencia misma de la vida misma. “Esta agua”, continuó el hada, “ahora está encantada. Úselo para nutrir su jardín y las flores llevarán la magia de las hadas. Florecerán más allá de lo que las manos mortales por sí solas podrían cultivar”. Eleanor, llena de asombro, asintió, comprendiendo la gravedad del regalo que le habían dado. Cuando las estrellas comenzaron a perforar la noche aterciopelada, el hada se preparó para partir. “Recuerde, la bondad genera asombro”, impartió con una sonrisa de complicidad. Dicho esto, se elevó en el aire y sus alas captaron el brillo plateado de la luna, dejando tras de sí un rastro de polvo de estrellas reluciente. Eleanor, sola una vez más, se volvió hacia sus caléndulas con un sentido de propósito, regadera en mano, lista para presenciar la transformación del jardín con la luz del amanecer. Un toque de magia en cada día Cuando amaneció el nuevo día, Eleanor encontró su jardín transformado. Las caléndulas brillaban con un rocío que brillaba bajo el cálido abrazo del sol, cada pétalo infundido con el encanto del regalo del hada. Con el corazón lleno de gratitud, Eleanor decidió difundir la magia que le había sido concedida. Se dirigió a su estudio, un rincón acogedor donde elaboraba objetos maravillosos, cada uno de ellos inspirado en su encuentro a la luz de la luna. Diseñó una alfombrilla para ratón , suave y vibrante, que capturó la escena misma del reposo del hada. Aportaría un toque de esa magia tranquila a las tareas diarias de quienes lo usaran. A continuación, armó un rompecabezas , invitando a otros a sumergirse en la tranquilidad de armar el rincón escondido del hada. Para las paredes que ansiaban maravillas, imprimió una serie de carteles , cada uno de los cuales era una ventana al mundo encantador del que había estado al tanto. Y para aquellos que deambulan por el mundo, creó bolsos de mano y bolsitas , para que pudieran llevar un pedazo de la serenidad del hada dondequiera que fueran. Las creaciones de Eleanor, impregnadas de la esencia de esa noche mágica, eran más que simples objetos; eran recipientes de una historia, portadores de un momento extraordinario en el que el velo entre los mundos se había adelgazado y el asombro había fluido tan libremente como el agua de un viejo grifo en un humilde jardín.

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