Celestial Coil: Guardian of the Winter Skies

Bobina celestial: guardián de los cielos invernales

En un reino donde el tiempo se enroscaba como el humo y las estrellas tarareaban viejas y olvidadas canciones, existía un dragón como ningún otro. Este dragón, enroscado en un sueño eterno, no era de fuego ni furia, sino de escarcha y quietud. Su nombre, conocido solo por los vientos y susurrado por las estrellas, era Kaelthys , el Guardián de los Cielos Invernales. Y aunque Kaelthys soñaba, su presencia se sentía en todos los reinos: una fuerza sutil de majestuosa congelación, que mantenía el equilibrio entre el caos de la tormenta y la serenidad del copo de nieve.

El cosmos era su cuna, un manto de estrellas y niebla celestial que danzaba alrededor de su figura esbelta y resplandeciente. Sus escamas brillaban como hielo fracturado, captando y reflejando el suave resplandor de galaxias distantes, cada una de ellas un testimonio del poder eterno que ejercía. Sin embargo, Kaelthys no ansiaba poder. No, hacía mucho que había decidido que el universo ya tenía suficiente de eso. En cambio, su deber era mucho más profundo: proteger a los soñadores.

El sueño del guardián

Ahora bien, quizá te preguntes, ¿con qué sueña exactamente un dragón de los cielos invernales? Ciertamente no con caballeros, doncellas o cofres del tesoro repletos de oro. Esa era la preocupación de los dragones de fuego y codicia. Kaelthys, sin embargo, era un dragón de las estrellas y la nieve. Soñaba con la quietud entre los copos de nieve, el suave silencio antes de una ventisca y el beso helado del viento del norte. Soñaba con momentos en los que el mundo contenía la respiración, envuelto en un silencio suave y helado.

Pero, sobre todo, Kaelthys soñaba con los seres que vagaban bajo sus pies. Los soñadores. Esas almas curiosas, a menudo envueltas en abrigos de lana, que desafiaban el frío del invierno para contemplar el cielo nocturno, preguntándose qué había más allá. Kaelthys amaba a los soñadores, aquellos que se atrevían a creer en algo más. Y así, con cada respiración de su largo sueño, guiaba las estrellas para que brillaran un poco más, empujaba las constelaciones hacia nuevas formaciones, solo para mantener viva la imaginación de los soñadores.

Por supuesto, los sueños de Kaelthys no carecían de peculiaridades. A veces, en medio de toda esa majestuosidad cósmica, soñaba con cosas más peculiares, como guantes extraviados. Había una sección entera de su mente dedicada a la ropa de invierno que faltaba (gorros, bufandas, guantes), todo arrastrado por los traviesos vientos invernales. “No es mi culpa”, murmuraba a menudo Kaelthys en sueños. “El viento tiene mente propia”. De hecho, si había una lección que había aprendido el Guardián de los Cielos Invernales, era que la naturaleza (especialmente el invierno) podía ser caprichosamente impredecible.

Caprichos de invierno y guiños cósmicos

La imprevisibilidad del invierno era algo que Kaelthys apreciaba. Le encantaba la forma en que los copos de nieve podían caer con precisión y aun así formaban pequeños montones caóticos. La forma en que los carámbanos formaban delicadas dagas que luego se desvanecían con el primer beso de la luz del sol. Eran estas pequeñas contradicciones las que hacían que el invierno fuera mágico, y Kaelthys, a su infinita edad, todavía se maravillaba con ellas.

Pero el invierno también tenía sentido del humor, y Kaelthys lo sabía muy bien. Lo había presenciado a lo largo de siglos de festivales invernales, peleas de bolas de nieve y accidentes al patinar sobre hielo. Una vez, en un sueño particularmente lúcido, había desviado ligeramente un cometa de su curso para que pareciera una estrella fugaz. Esa noche, tanto niños con los ojos muy abiertos como adultos melancólicos habían pedido decenas de deseos, todos con la esperanza de algo mágico. Kaelthys se había reído entre dientes mientras dormía. No concedió los deseos, por supuesto (no era ese tipo de dragón), pero le gustaba la idea de despertar la esperanza, aunque fuera por accidente.

El invierno, tal como lo entendía Kaelthys, no era frío ni dureza, sino momentos de quietud entre ambos: la risa transmitida por el aliento helado, la calidez de reunirse alrededor de las hogueras y la maravilla de mirar un cielo lleno de estrellas. Su función era proteger esa magia, asegurarse de que los cielos invernales siguieran siendo un lugar de misterio y maravillas.

Protegiendo a los soñadores

Aunque dormía, Kaelthys siempre estaba atento al mundo de abajo. A veces, en las noches más largas de invierno, se movía lo suficiente para dejar escapar un suave suspiro, enviando una nueva ola de nieve a través de los picos de las montañas o tiñendo el cielo nocturno de un tono más azul. No era mucho, solo un pequeño empujón para recordarles a los soñadores que la magia todavía estaba ahí afuera, en algún lugar, esperando ser encontrada.

Una noche, mientras Kaelthys yacía envuelto en su envoltura celestial, una ráfaga de viento particularmente fría trajo consigo un pensamiento errante de un humano errante. El pensamiento era curioso y ligero, como un copo de nieve en una ráfaga de viento: “¿Aún existen los dragones?”, preguntó, lleno de asombro. Kaelthys, divertido, se movió ligeramente en su sueño. Una única escama luminosa se desprendió de su cuerpo, llevada por el viento, y flotó hasta la tierra, aterrizó en un lago helado donde titiló a la luz de la luna.

Una niña, envuelta en demasiadas capas de ropa, vio la escama resplandeciente. Con los ojos muy abiertos, se agachó para recogerla, acunándola entre sus manos enguantadas. "Es mágica", susurró para sí misma, guardándose la escama en el bolsillo. No sabía de dónde había salido, pero en ese momento, creyó en algo más grande que ella misma. Algo grandioso y mágico, escondido más allá de las estrellas.

Kaelthys, todavía medio dormido, sonrió para sus adentros. Tal vez no pudiera conceder deseos, pero al menos podía dejar un pequeño rastro de maravilla de vez en cuando.

El cielo invernal infinito

A medida que Kaelthys se hundía más en su sueño, las estrellas de arriba comenzaron a cambiar y a arremolinarse en patrones que solo él podía controlar. Apareció una nueva constelación: un elegante dragón, enroscado en los cielos, vigilando la noche de invierno. Quienes contemplaron el cielo esa noche hablarían más tarde del brillo inusual de las estrellas, de la forma en que parecían contar una historia propia.

Pero a Kaelthys no le interesaban las historias ni las leyendas. Estaba contento con su papel de guardián silencioso, vigilando a los soñadores que estaban abajo. Su sueño era eterno, pero también lo era la magia del invierno, una estación que tenía su propia clase de calidez y maravilla.

Y así, bajo el vasto cielo lleno de estrellas, Kaelthys durmió, serena y pacíficamente, sabiendo que mientras los soñadores creyeran, la magia de los cielos invernales nunca se desvanecería.

Los soñadores siempre miraban hacia arriba, con sus alientos empañados por el aire frío de la noche, y se maravillaban al contemplar las estrellas. Y tal vez, sólo tal vez, vislumbraran al dragón dormido, enroscado entre las constelaciones, protegiendo la magia del invierno desde su posición celestial.


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