La aurora susurraba en el cielo, bandas de luz verde y violeta entretejiéndose en una danza espectral. Solo sobre el hielo, Nathan permaneció hipnotizado, su aliento se nublaba en el aire frío de la noche, sus ojos reflejaban el brillo surrealista que había arriba. El lago helado se extendía sin fin, un océano de hielo bajo sus pies, su superficie agrietada se ramificaba en patrones irregulares que brillaban bajo la luz de las estrellas. Pero no era la aurora ni el paisaje vacío y helado lo que lo mantenía clavado en el lugar. Era el rostro debajo del hielo.
Lo había notado por primera vez desde lejos: una forma oscura bajo la superficie del lago, que se alzaba mientras caminaba sobre el hielo crujiente. Curioso, se había acercado más, solo para encontrarse mirando hacia abajo, a un rostro enorme, atrapado e inmóvil, justo debajo del hielo fracturado. Tenía los ojos cerrados, las pestañas bordeadas de escarcha, su expresión era de una quietud inquietante. Pero no era un rostro normal. La piel estaba grabada con patrones cósmicos, venas que brillaban tenuemente, como si contuvieran las estrellas en su interior.
El cielo volvió a cambiar, un destello de verde esmeralda iluminó la noche y, bajo esa luz, el rostro pareció agitarse, casi como si la figura congelada estuviera respirando debajo de su prisión de vidrio. Nathan se tambaleó hacia atrás, pero su mirada permaneció fija en el rostro, mientras su mente corría para dar sentido a la visión imposible. Los ojos de la figura se abrieron lentamente, revelando profundidades oscuras y brillantes que reflejaban las estrellas de arriba, como si los ojos mismos fueran ventanas al universo.
Su corazón latía con fuerza cuando esos ojos antiguos e insondables se encontraron con los suyos. Sintió una atracción repentina y vertiginosa, una sensación como si lo estuvieran arrastrando hacia esa oscuridad infinita. Quería darse la vuelta, correr de regreso a la seguridad de su cabaña en la orilla del lago, pero se sintió paralizado, paralizado. Sintió el peso de la mirada del ser, presionando su mente, despertando recuerdos que no eran suyos, imágenes antiguas de mundos y estrellas olvidados hace mucho tiempo.
La revelación congelada
Con una voz profunda y trémula, la figura bajo el hielo comenzó a hablar, aunque sus labios nunca se movieron. La voz llenó su mente, resonando dentro de sus huesos, como una canción que vibra a través de la piedra. Las palabras eran antiguas, sus significados fragmentados y elusivos, pero Nathan las entendió de todas maneras.
“Soy el guardián de los recuerdos perdidos, atados por el hielo, retenidos bajo el velo de la aurora. Durante eones, he visto mundos surgir y caer, mis ojos atrapados en el sueño, mi espíritu encadenado por el frío y el tiempo. Aquellos que me miran son raros; aquellos que escuchan, aún más raros”.
Nathan intentó hablar, su voz era apenas un susurro en la inmensidad del lago helado. —¿Por qué… por qué estás aquí? ¿Por qué estás atrapado?
El silencio se prolongó, denso y pesado. Luego, los ojos del rostro se entrecerraron levemente, como si estuviera meditando sobre una pregunta que no había escuchado en milenios.
“Estoy aquí porque fui creado para observar, para presenciar los ciclos del tiempo y la existencia, para recordar lo que no debe olvidarse. Sin embargo, al recordar, soy olvidado. Soy la memoria de este mundo y de otros: una historia tallada en los huesos de la tierra, un observador enterrado en el hielo”.
La aurora se hizo más brillante y proyectó sombras vibrantes sobre el paisaje. En ese resplandor sobrenatural, Nathan vio imágenes que desfilaban ante los ojos de la figura: vastas ciudades hechas de piedra oscura, desmoronándose bajo el peso de las tormentas; bosques retorcidos y cubiertos de maleza, enredaderas que se extendían como dedos hacia un cielo infinito; civilizaciones extinguidas, cuyos nombres se perdieron en el hielo. Vio fragmentos de mundos que no conocía, sintió su desesperación como si fuera la suya propia.
Un descenso al abismo
La voz de la figura continuó, más suave ahora, casi tierna, como un eco de otro tiempo. “He visto tanto, y sin embargo el mundo olvida. Cada nuevo ciclo, nuevas caras vienen y se van. Me miran como tú lo haces, luego se van, solo para ser olvidados por el tiempo mismo. Guardo sus recuerdos, sus miedos y sueños, encerrados bajo este hielo”.
El cuerpo de Nathan tembló, el frío de la noche se le filtró hasta los huesos. —¿Por qué me estás contando esto? —logró decir, con la voz quebrada por el peso de esas visiones.
Los labios de la figura se curvaron en una leve sonrisa. “Porque eres el primero en escuchar. Y por eso, te has ganado una elección”.
Un crujido repentino resonó en el lago y Nathan sintió que el hielo se movía bajo él. Observó horrorizado cómo las fisuras se extendían desde la superficie, delgadas líneas negras que se abrían paso a través de la escarcha blanca. El lago estaba cobrando vida, moviéndose y gimiendo como si también él albergara recuerdos antiguos que ya no podía soportar mantener ocultos.
—Quédate —dijo la figura, y su voz se convirtió en un susurro—. Quédate y podrás unirte a los demás bajo el hielo. Verás el mundo como yo lo veo, serás testigo de la eternidad, de vidas que se desvanecen como el aliento del invierno. O puedes irte... pero debes saber que me recordarás y llevarás mis historias contigo, como un peso que se hace más pesado cada noche.
La elección inquietante
La aurora palpitaba en lo alto, proyectando la sombra larga y delgada de Nathan sobre el rostro bajo el hielo. Sintió una imperiosa necesidad de soltarse, de entregarse al vacío eterno, de hundirse en el hielo y dejar que sus dedos fríos lo arrastraran hacia abajo. Una extraña paz lo invadió, un anhelo de liberación, de silencio.
Pero entonces pensó en el mundo de arriba, en la luz del amanecer que nunca volvería a ver, en la sensación de la tierra cálida bajo sus pies. Cerró los ojos, inhaló profundamente y dejó que el aire helado llenara sus pulmones una última vez. "Yo... yo elijo irme", susurró, aunque cada fibra de su ser luchaba contra la decisión.
El rostro que se encontraba debajo de él parecía triste, con una expresión de profundo dolor en sus rasgos cósmicos. Sus ojos estrellados se oscurecieron levemente y, por un momento, pareció que iba a llorar.
—Entonces vete —murmuró la figura, con su voz como el viento sobre el agua helada—. Pero debes saber esto: soñarás conmigo todas las noches, y en cada sueño volverás a este lugar. Y un día, cuando estés cansado de la vida y de los recuerdos, volverás, y el hielo te reclamará como ha reclamado a tantos.
Ecos en la noche
Nathan se dio la vuelta y se alejó caminando, con los pies pesados y el corazón palpitando en su pecho. La aurora boreal brilló una última vez, un estallido brillante de color que iluminó su camino. No miró atrás. Pero cuando llegó a la orilla, escuchó un susurro muy débil, una voz llevada por el viento.
"Voy a esperar."
En los años siguientes, Nathan se vio acosado por sueños del lago, del rostro bajo el hielo, de esos ojos oscuros que lo observaban, llamándolo para que volviera. Cada invierno, sentía su atracción, el lago helado que lo llamaba en la oscuridad de la noche. Y cada año, se resistía, aunque los sueños se volvían más oscuros, el peso de los recuerdos olvidados lo oprimía hasta que sentía que iba a derrumbarse.
Un día, volvería. Ahora lo sabía. El lago se había grabado en su alma, lo había unido a su rostro helado y a sus antiguos secretos. Un día, volvería a caminar sobre ese hielo, solo, bajo las luces danzantes del velo de la aurora. Y cuando ese día llegara, sabía que nunca se iría.
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